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Uno, si es un afortunado viajero -que no turista, distingamos por favor a uno de otro-, puede pasear pongamos que por la vía del Seminario de Roma, por la rue St. Honore de Paris, por Saville Row de Londres, por la Friedrichstrasse de Berlín o por el Passeig de Gràcia de Barcelona. En la vía del Seminario, en Roma, uno aún puede hablar un rato con uno de los últimos artesanos fabricantes de corbatas. Si a uno le gusta la cerámica artesanal l’Astier de Villatte, Paris, rue St. Honore, no tiene parangón en el mundo; esta tienda museo te roba el corazón. Pero si usted, que es una persona elegante de la vieja escuela, lo que quiere es un buen traje cortado y cosido por un buen sastre inglés después de haber escogido en su tienda una tela adecuada. Saville Row en Myfair, Londres, es el lugar, y además sin olvidar, por favor, que en una azotea de esta calle ofrecieron The Beatles en 1969 su último concierto. En la Friedrichstrasse berlinesa, uno puede ser arrebatado si no se controla por una fiebre consumista intensa porque las mejores boutiques ahí están a precios no siempre disparatados, lo mismo que ocurre en el Passeig de Gràcia barcelonés, un lugar donde pisando ladrillos diseñados por Gaudí uno puede disfrutar de la avenida más icónica y exclusiva de Barcelona.

Todo esto, toda esta personalizada belleza, ¿está en peligro? Me temo que sí, creo que sí. La colonización de la actividad comercial por las grandes multinacionales está acabando desgraciadamente con el comercio local, el que daba personalidad a las ciudades. Esto me parece absolutamente claro en mí, en nuestra Palma. Comercios de toda la vida han sido sustituidos por almacenes muy respetables pero que lesionan de forma irremediable la personalidad de mí, de nuestra Palma. Ya no puedo comprar ni mis trajes ni mis camisas en Palma donde lo hacía hace tiempo, escogiendo con calma y muy bien asesorado por mis competentes, cordiales amigos. Los bares cafetería donde me reunía con mis amigas y amigos para planificar lugar y hora del guateque feliz del fin de semana, han desaparecido. Donde estaba el Antonio hay ahora una tienda de una franquicia de ropa; donde estaba el Miami -y el cine Born- otra multinacional de ropa ofrece sus maravillas y en donde un servidor se sentaba a tomar un consomé magnífico, en otoño invierno, claro, antes de entrar en el cine, el bar salón de té Formentor, se fue para no volver, sin dejar rastro. Queda y ahí está espero que por muchos años el bar Bosch, una maravillosa reliquia de la Palma de mis recuerdos. Y afortunadamente los edificios de gran carácter emblemático ahí siguen, muy cerca unos de otros en esta privilegiada zona palmesana, el Casal Solleric -can Morell, centro cultural municipal-, el Gran Hotel -centro cultural de La Caixa-, el Teatro Principal, can Berga, sede del Tribunal Superior de Justicia de Islas Baleares...

Cuidemos nuestra Palma.