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No se puede negar que hoy en día la generosidad es un valor en alza. Lejos de hablar de individualismo feroz, lo que deberíamos hacer es reconocer que, si las cosas no van tan bien como sería deseable, no será, desde luego, por falta de altruismo. De altruismo exacerbado, diría yo. De hecho, una de las frases más repetidas -hasta la saciedad- del hombre y la mujer contemporáneos es la siguiente: «voy a darlo todo». Maravilloso. Para que luego se quejen los misántropos de turno. Cómo se van a quejar, si la generosidad es algo que se aprecia a la legua. Todo el mundo está constantemente dándolo todo. Los deportistas no hacen otra cosa que repetir que lo van a dar todo en la pista o en el campo. Los jóvenes cantantes que concursan en programas de talentos, por su parte, no salen al escenario sin antes prometer que lo van a dar todo. Los artistas varios, los estudiantes aplicados, los estilistas, los escritores, prácticamente todos los profesionales -cada uno es su especialidad- dejan caer con total convencimiento esta afirmación antes de pasar a la acción. Si luego las cosas no salen como se esperaba, no pasa nada. Lo que cuenta es la buena fe. Y quien lo da todo no está obligado a más. Incluso a los políticos, en sus discursos, se les escapa de vez en cuando esta letanía bienintencionada. Así que, dicho esto, ya pueden dedicarse a su asuntos con soltura. Miren si no al actual alcalde de Badalona que, con una sonrisa de oreja a oreja, se muestra más feliz que una perdiz por haberlo dado todo en cuestión de árboles de Navidad: el más grande del universo. Olé. Esto sí que es darlo todo. Lo que pasa es que, a menudo, darlo todo y no dar nada es exactamente lo mismo. Como ocurre en este caso del árbol. Ya lo escribió Calderón en su comedia titulada precisamente Darlo todo y no dar nada. Otro día contaremos de qué va.