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No sólo se están extinguiendo numerosas especies reales, sino también imaginarias. Hace siglos que no se ven centauros ni quimeras, nuestra industria lamenta que apenas hay camareros, y ahora que ya ha pasado la semana de difuntos, comprobamos una vez más que escasean los fantasmas, y si alguno queda, ni se toma la molestia de aparecer. No le apetece, para qué. Cierto que los fantasmas no existen, pero eso nunca fue impedimento para que abundasen enormemente durante milenios, y todavía el siglo pasado, aunque no tanto como durante el XIX, eran bastante frecuentes. Y ahora no, es muy difícil ver alguno, como si aquél famoso Efecto 2000 les hubiera aniquilado. Ya conté que yo tenía uno muy débil en un rincón del pasillo, agachado de cara a la pared y como dormido. Nada comparable con el fantasma de Milena Jesenska, novia de Kafka, que me acompañó durante años en una buhardilla, flotando a un palmo del suelo en camisón largo y sin pies. Aun así, por respeto, yo procuraba no molestar a ese espectro dormido, y cuando me levantaba de noche con la luz apagada, tenía cuidado de no pisarlo. Ahora ya hace más de un año que no le veo, y me temo que quizá era el último de su especie. Podría ser que los fantasmas no aguanten la fantasmada tecnológica de la digitalidad, la realidad aumentada y la inteligencia artificial, pero me inclino a creer que hay otros motivos de índole moral y cultural. Los que poseían a la gente, tipo dybbuk hebreo o gwishin coreano, lo hacen ahora por internet con más rapidez y eficacia. En cuanto a los fantasmas comunes de difuntos inquietos, conviene recordar que regresaban al mundo con el fin de dar algún mensaje a alguien querido, normalmente trivial (cierra las ventanas, no vayas a tal sitio, no te comas eso), o de enmendar un error cometido en vida, y restituir su buen nombre. Y claro, en la actualidad todo el mundo muere habiendo enviado todos los mensajes triviales que imaginarse pueda, y por ese lado no hay razón alguna para volver convertido en fantasma. Pero por el otro lado menos, ya que en este nuevo milenio nadie se arrepiente de nada, ni tiene nada que enmendar. No hay lugar para las almas en pena. Una gran pérdida, los fantasmas.