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Novembre, Cédric Jimenez, 2022, es una trepidante cinta policial ficticia sobre los atentados de París del 2015. Está de doble actualidad por el mes y la guerra en Gaza. La defensa territorial puede condicionar acciones violentas pero Confucio ya lo advirtió: «Antes de empezar un viaje de venganza, cava dos tumbas, una para tu adversario y otra para ti.» Por decir António Guterres (ONU) que los ataques de Hamás no surgieron de la nada, Israel pidió su dimisión fulminante y a los funcionarios de la ONU se les niega el visado. ¿Cuál es la historia? Palestina pasó de los otomanos a los británicos que facilitaron la entrada de judíos (Balfour 1917). Éstos crearon en 1920 la Haganá, responsable de numerosos actos terroristas y el plan Dalet de limpieza étnica. Shmuel Goren, (subdirector del Mossad 1982-84) cuenta como lo detuvieron cuando iba a «lanzar un cóctel Molotov contra los árabes.» En 1946 el atentado contra la Comandancia Militar Británica de Palestina en el hotel Rey David causó 91 muertos. En 1947 la ONU dividió Palestina en dos partes más Jerusalén, dando el 56 % de la mejor tierra a los judíos, que representaban solo un tercio de la población. El presidente Truman, promotor del acuerdo, afirmó que los judíos querían todo o nada, pero que no podían expulsar a 5 millones de palestinos «de una vez.» La victoria israelí de 1948 condujo al éxodo forzoso de más de 700.000 palestinos, con destrucción y borrado del mapa de 500 pueblos (Nakaba). Una limpieza étnica en toda regla para historiadores israelíes como Benny Morris o Ilan Pappé. Según Shlomo Shpiro (universidad Bar Ilán, Israel), Isser Har’el, el primer jefe del Shin Bet, agencia de seguridad interior creada en 1948, incorporó terroristas asesinos para eliminar a los palestinos según el plan Dalet. La idea básica es que Israel es el pueblo elegido y los palestinos no son personas. Ataques sistemáticos directos o promovidos contra campos de refugiados como la masacre de Sabra y Shatila. En Cisjordania se cegaron pozos de agua palestinos con cemento. La lista de violencia atribuida al extremismo israelí es larga: paquetes bomba contra los ingenieros en Egipto o la desaparición de Heinz Krug en Alemania, presuntamente secuestrado y torturado hasta morir. Los asesinatos de Arafat, líder de la OLP con polonio radioactivo, de seis científicos iraníes del programa nuclear, de Imad Mughniyya, Khalil Ibrahim al-Wazir (Abu Jihad uno de los fundadores de Fatah), Al Mahmoud al-Mabhouh, y hasta de su ex primer ministro y Nobel de la paz Isaac Rabin. En el envenenamiento del líder de Hamás Jalel Meshal en Jordania, los agentes fueron descubiertos e Israel se vio forzada a suministrar el antídoto. Hoy es Gaza. Ataques a campos de refugiados de una agencia de la ONU (UNRWA), a mezquitas, iglesias, hospitales, ambulancias con heridos graves, población civil incluyendo miles de niños o periodistas. El ministro Eliyahu habló de bomba atómica como opción. Occidente cómplice (Volker Turk, ONU) calla. Pueden seguirse cavando tumbas, pero cuanto más pronto se adopte una decisión diplomática justa menos sangre correrá. Ojalá este noviembre sea el último de muerte y violencia.