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Cada vez que me fijo veo lucecitas nuevas en ese Patrimonio de la Humanidad que es la Serra de Tramuntana. Son casas en las que vive gente. Hay vehículos 4x4 que circulan por los antiguos camins de carro que cruzan los marges, incluso por los pasos de las someres amb beaces. Es igual si esta actividad que convierte porxos en viviendas carece de permisos, ya la legalizará el PP. O el PSOE, porque si Francina subvencionó las camas elevables a los hoteleros, qué no serán capaces de hacer. Así piensa el mallorquín, cuyo carácter ancestral desde el rei en Jaume tiene ese punto exacto de audacia y manfutisme, ese laissez faire laissez passer que los franceses descubrieron mucho después que nosotros, en el Siglo de las Luces, y que ahora reivindica como suyo el argentino Milei. Pero los directivos de la venerable Caixa Colonya quisieron hacer las cosas bien, como siempre. Hará tres años que compraron el edificio de Can Morató, en Pollença. Tenían la ilusión de rehabilitarlo, de construir allí su sede social. Inocentes, pidieron los permisos sin saber que iban directos al desastre. Compareció el departamento de Recursos Hídricos, como hubiera podido hacerlo cualquier otro, y observó que el terreno sobre el que está construido Can Morató desde hace cien años se puede inundar. Así que lo decretó de «alto riesgo para las personas» y negó cualquier obra. Toma ya. Dentro de 20 años la Serra será Manhattan, llena de luces y con algún rascacielos por ses bolles del Puig Major, y la Unesco ni se habrá enterado. Can Morató será la misma ruina que ahora, pero muy inundable. Mallorca en estado puro.