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Abducidos por debates de investidura, tras meses de incertidumbre, de colapso del verbo, de una excitación enrarecida por un calentamiento que no da tregua, en altavoz la palabra amnistía. Esta semana todo lo que no haya sucedido en Madrid, en el Congreso, no ha ocurrido. Como tengo tendencia a ramificarme, presto atención a una noticia que casi suena en sordina. Es un informe que reitera ese vértigo de desazón: el suicidio entre los jóvenes aumenta.

Ese mismo día gracias a Inma Gascón conozco a Santiago Beruete, que ha regresado a Palma para hablarnos de su dedicación a la jardinería, desde rincones de acercamiento como son la filosofía, la antropología. De algo que viene a llamarse la liternatura. Regresar al origen. Este navarro, voraz lector, vive aquí al lado, en Eivissa. Ha sido profesor. Sigue entre jóvenes y añosos aquí y allá. Hoy en México para asistir a un encuentro de personas brote, personas germen. Le comento el dato del aumento en España de casos en más de un treinta por ciento entre jóvenes de 12 y 17 años que se quitan la vida. Desgarrador. ¿Qué esta pasando, qué estamos haciendo?

«Entre los jóvenes hay enfado por la herencia que reciben, de cómo les hemos dejado el planeta y muchos manifiestan actitudes nihilistas, no hay nada que hacer». Recojo su comentario. Pienso y sé que no solo hay enojo entre los jóvenes, también yo estoy enfadada, preocupada, abatida por este mundo de hoy y de mañana. Quiero recordarme y verme en la joven que fui y salí a la calle a manifestarme para salvar es Trenc y antes sa Dragonera, y también frenar la urbanización en sa Ràpita, y tantas otras.

Me duele y me deja descolocada el ‘no hay nada que hacer’ en las gargantas jóvenes. Las entiendo, el panorama es desesperanzador pero me agarro a personas como Ramón Andrés, también navarro y amigo de Santiago Beruete, lectores voraces desde sus niñeces, quien hablando de este alarmante signo de los tiempos, el suicidio entre los jóvenes, cree que si «se aplicasen en estar 10 minutos en soledad, desconectados, a solas, en silencio, sin proyectar nada, dejando la mente tranquila sería una semilla extraordinaria». ¿Estamos preparados para semejante silencio? ¿Estamos dispuestos a semejante abandono? Yo creo que a la semilla de Ramón la abonaría con la escucha atenta, el cuidado, el dar paso a diálogos. Nada fácil. No soy ni maestra ni madre pero me gustan las personas. Necesito creer en ellas como necesito agarrarme a mis afectos.

Hurgando en el cine, me tropiezo con una película, La última lección, de Sebastien Marnier, en la que plantea el plan de suicidio de seis estudiantes, los más brillantes de una clase, hijos de la clase media acomodada francesa, que han desarrollado tal grado de arrogante nihilismo que van a por todas. Solo en un gesto pequeño, que no desvelaré, al final de la película, encuentro una rendija donde crece la hierba, donde se filtra la luz.

En esta semana que tenemos al fin Gobierno, le pediría a todos ellos cordura, altura de miras, valentía, refrendadas con políticas sociales y económicas que velen por el Planeta y nosotros todos.