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El lunes a eso de las dos de la madrugada, con mucho adelanto sobre lo previsto, me enteré por los informativos de televisión de que los argentinos habían elegido democráticamente, y por amplia mayoría que naturalmente no detectaron ni las encuestas ni los analistas, al mismísimo rey de los boludos como presidente de la república. No me lo podía creer, los argentinos y argentinas votando masivamente al estrafalario tertuliano anarcocapitalista Javier Milei, un economista de ultraderecha con melena alborotada y ánimo siempre excitado, que en sus enloquecidas comparecencias públicas esgrimía una motosierra (su Plan Motosierra), igual que en La matanza de Texas. ¡Y los argentinos y argentinas le aclamaban como si fuese Maradona! Increíble. Quizá el sujeto se parezca al hombre de la esquina rosada de Borges, un cuchillero, salvo que ahora ocupará la Casa Rosada. Veinte minutos después aún no me lo creía, algo que me pasa mucho últimamente. Vivo estupefacto y boquiabierto, y así hasta altas horas de la madrugada, momento en el que busco algún libro para entretenerme y salir del negro estupor. Me acordé entonces de Osvaldo Soriano, mi escritor argentino favorito, y de una novela suya de los años ochenta titulada No habrá más penas ni olvido (letra de un tango de Carlos Gardel), que narra las salvajes peleas entre peronistas de derechas y peronistas de izquierdas, en un ámbito de elevada argentinidad, no apto para pechos fríos. El triunfante Milei, ultraderechista que niega el cambio climático, el aborto y hasta la dictadura argentina, estaba entonces lanzando vivas a la libertad, prometiendo que Argentina volvería a ser una potencia mundial, y, en definitiva, que no habrá más penas ni olvido. Busqué el libro de Soriano para poder dormir habiendo entendido algo, pero no lo encontré. A esas horas nunca encuentro nada, razón por la cual mientras redacto esto aún no me explico qué ha pasado en Argentina. Y lo que pasará, porque a la presidencia de Milei, rey de los boludos, hay que añadir que cuando los peronistas no están en el poder, se vuelven más locos que aquí nuestro PP, y la lían parda. En fin, que nunca hay que infravalorar lo que puede acabar haciendo un argentino.