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El arte es talento, ambición y un inmenso deseo de conquista. Estas cualidades no son exigidas sólo a los artistas para hacerse grandes, sino también a todas las personas que giran en su entorno. Esto es lo que me vino a la cabeza el miércoles por la noche durante la entrega de la Medalla d’Or del Círculo de Bellas Artes a Pep Pinya, que salió de la nada en 1969 con la primera galería de Palma dedicada al arte contemporáneo, la Pelaires. Muy resuelto y con conocimiento de idiomas, el joven Pinya se presentó en los grandes museos americanos y europeos con cartas de recomendación de Joan Miró.

Fruto de su entusiasmo, y en colaboración con el Ajuntament de Palma de Ramón Aguiló y Joan Nadal, Miró regaló dos de sus esculturas a la ciudad, y Alexander Calder, otra, la preciosa Nancy de s’Hort del Rei. Años después, fue el consistorio que presidía Joan Fageda, con Carlos Ripoll y Carme Feliu, el que siguió esa estela. Con el empuje de Pere Serra, lograron que artistas de la talla de Anthony Caro, Dennis Oppenheim, Aligi Sassu, Pablo Serrano, Julio Le Parc, Pep Llambies, Joan Costa, Pep Canyelles… donaran obras a la ciudad con motivo de la Universiada’99.

Pinya fue el pionero de esa ambición por embellecer Palma con la generosidad de los grandes artistas contemporáneos, pero quedan muchos por traer: Miquel Barceló, tan cercano, es uno. Y Anselm Kiefer y Jaume Plensa, que pasaron por aquí no hace tanto, otros. El tema es el talento, la ambición, el deseo de conquista del alcalde Martínez y de su mano derecha Javier Bonet, que acompañaron a Pinya la noche del miércoles.