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Mi gato Bronco me aparece detrás de la puerta de casa cuando llego, me persigue de habitación en habitación propinándome cabezazos en las piernas, se tumba en mi regazo cuando veo la tele, me utiliza de colchón al dormir, me despierta pisándome la cabeza a las tantas de la madrugada para comer, tras raparme al cero me lame con fruición la cabeza como si perteneciera a su camada. Pero ahora ya no está presente. Con que no tengo ganas de hablar de la fruta de Ayuso, ni del insípido de Feijóo, ni tan siquiera del genocida de Netanyahu. Simplemente pienso en el mucho tiempo pasado con Bronco durante estos 15 años, 3 meses y 3 días tras su nacimiento un lejano 17 de agosto de 2008. Bronco se fue este pasado 20 de noviembre como un auténtico caudillo de andar por casa. No se puede decir que yo sea un amante de los gatos tal como son otras personas, yo era amante de mi gato, aunque para muchos fuera sólo un gato. Bronco llegó acatarrado a casa a los dos meses de edad. Como estornudaba constantemente le llamé Bronco, Bronquito casi siempre. Su primer año fue complicado, estuvo pachucho y pudo irse en cualquier momento. Pero aquel trance se superó y me hizo la mejor de las compañías hasta hace justo una semana. ¿Se puede morir de amor por un gato pese a que sólo sea un gato? Entiendo que no sea comprensible para muchos, pero su fallecimiento escala a lo más alto de mis pérdidas sentimentales equiparándose a la de mi padre por poner un ejemplo. Bronco siempre fue mi aliado. Estaba en mi equipo pese a que vivió como un rey a mi costa como el mayor de los corruptos del PP. Le encantó que estuviésemos confinados hace unos años, más tiempo para dormitar encima de mí y sacarme todo el paté gatuno que podía. Una cadena de despropósitos se lo llevó lejos de mí. Pero sólo es un gato, mi gato, el mejor compañero que he tenido, que podría relatar quién soy yo a la perfección porque me conocía tanto como a su pata derecha.