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Un ejemplo claro del grado de tensión en el que vive la política española fue el silencio con el que respondió la bancada de la oposición, Partido Popular y Vox, al discurso de apertura de la legislatura que pronunció la presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol. La intervención no mereció unos aplausos de cortesía, circunstancia que se quiso justificar en el alineamiento de Armengol con las tesis del Gobierno de Pedro Sánchez. Al argumento no le falta parte de razón, pero no deja de ser un detalle más en la desquiciada deriva en la que han entrado los responsables de las principales formaciones del país.

Mientras la presidenta Armengol defendía el Congreso como el marco idóneo para el diálogo político, trascendía que el PSOE y Junts negocian en Suiza -bajo la supervisión del diplomático salvadoreño Francisco Galindo- el cumplimiento de su pacto de legislatura. Al mismo tiempo, en las paredes del edificio de la Carrera de San Jerónimo, el diputado balear de Sumar, Vicenç Vidal, se jactaba de su boicot al jefe del Estado y a la monarquía parlamentaria ausentándose del acto. Supongo que devolverá la parte de su sueldo por no ir a trabajar ese día. Postureo, el justo.

Supongo que en algún momento el Partido Popular armará una estrategia más consistente que la actual para forzar la alternancia en el Gobierno, cuestionar la legitimidad del desastre perpetrado por Sánchez no cunduce a ningún lado; al contrario, refuerza a su autor como contrapeso de quienes se obstinan en no aceptar las reglas del juego. Alberto Núñez Feijóo debe superar cuanto antes la frustración por no lograr la investidura al anteponer los principios a la ambición personal, un lastre que acompañará hasta las próximas elecciones al que ahora preside el Consejo de Ministros. Recuperar a gurkas del PP como Cayetana Alvarez de Toledo o Antonio Henando aleja a la formación conservadora del eje de la moderación, un error que la actual dirección puede acabar pagando caro en el futuro.

Tal y como se están desarrollando los acontecimientos es el propio Gobierno el que se hunde en la ciénaga. El ministro Félix Bolaños ha salido trasquilado de su última visita a Bruselas para vender las bondades de la ley de amnistía, mientras buena parte del poder judicial -no todo, es verdad- se niega a comulgar con ruedas de molino en la reintepretación acomodaticia de nuestro ordenanamiento jurídico que se hace desde La Moncloa. A Feijóo le basta con poner al PSOE y a sus socios frente al espejo de sus actos. La radicalidad de Vox no debe contaminar al resto.

Costa y Deudero

la presidenta Prohens no está blindada frente a los errores de sus colaboradores más o menos directos. Fichar, como hizo el vicepresidente Antoni Costa, a un presunto agresor sexual para un alto cargo en una empresa pública del Govern es un grave error que no puede repetirse en el futuro. Tampoco es de recibo atacar al adversario en un pleno con un ‘me gusta la fruta’, como hizo el edil en Cort Antoni Deudero -aunque luego se disculpó- dirigido a la concejal de Més Neus Truyol. La serenidad no está reñida con la eficacia.