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Dentro del PP balear hay aparente preocupación porque en Madrid ha acaecido la solemne ruptura entre su partido y Vox. Como se sabe, en el Archipiélago Marga Prohens le firmó a la derecha extrema unos pactos que la dejaban atada de pies y manos, todo a cambio de que la hicieran presidenta. Aquel pacto fue el fruto de los resultados electorales de mayo. Todo parecía indicar que Feijóo arrasaría en las generales. No fue así. Sánchez le dejó en calzoncillos precisamente porque parte del electorado se asustó de Abascal y su tropa. El PNV fue muy preciso durante el frustrado intento de Feijóo de alcanzar la presidencia: «No podemos pactar con quienes funcionan con aceite Vox».

La consecuencia ha sido la previsible. El PP está en Madrid objetivamente interesado en armar un gran teatro que oficialice su ruptura con la derecha extrema. Si no lo llevase a término, resulta harto complejo que entre ambos partidos logren desbancar algún día la entente de la izquierda con los soberanismos periféricos que, en su conjunto, alcanzaron en julio la impresionante cifra de doce millones seiscientos mil votos, casi millón y medio más que el bloque reaccionario. Si el PP no teatralizase su ruptura con Vox, le regalaría el grueso del centro político a Sánchez. Por tanto, la pelea derechista de los últimos días estaba cantada.

El problema es para Prohens. El conflicto lingüístico, sobre todo en las escuelas, irá agudizándose a media que avance la legislatura, ya que la presidenta balear le firmó a Vox lo que quiso en materia de marginación del idioma propio y estatutario de las Islas. Y eso no tiene nada de teatro. La escenografía queda muy bien en los Madriles, pero aquí puede ser incendiaria. Al PP balear le aguardan años de hacer encajes de bolillos. Lo tiene mal, porque los de Abascal son duros e intransigentes. Vienen tiempos difíciles. Y, sobre todo, muy poco moderados.