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Hace 40 años en España solo había dos cadenas de televisión. Y medio país, literalmente, esperaba con ansiedad el viernes por la noche para ver el inolvidable Un, dos, tres. Con envidia contemplábamos cómo una pareja afortunada se llevaba, en el mejor de los casos, el ansiado apartamento en Torrevieja. Un regalo envenenado pues, por lo que he leído recientemente, el barrio de la Torreta y los propios apartamentos se encuentran hoy en día en un estado de degradación absoluta y no queda rastro alguno ni de los ganadores ni del supuesto encanto que se supone que tenían estas viviendas.

En España solo existe un acontecimiento social que haya aglutinado, y de manera sostenida, aún más el interés de la población que el mencionado concurso: el Gordo. Cada 22 de diciembre el país se levanta esperanzado y con una ilusión especial. Tal vez nos toque el Gordo. 328.000 euros al décimo después de impuestos. Ahí es nada. Y sí, en efecto, puede que nos toque. Pero el tema no está exento de matices y de segundas lecturas. Veamos algunas.

Lo primero que todos sabemos y al mismo tiempo pasamos por alto es que el único que gana es el Estado. La Agencia Tributaria recauda un buen pellizco aprovechando la ilusión del pueblo llano. Los buenos ciudadanos pagan sus impuestos para vivir en un país mejor así que sigan jugando y paguen religiosamente lo que algunos denominan el impuesto encubierto.

Seguir jugando. Ese es el asunto. ¿Se han preguntado alguna vez por qué volvemos a jugar si nunca nos toca? La respuesta es simple. La maldita envidia ya mencionada, que todo lo puede. La presión social en su entorno, en el mío, en el trabajo, en la cafetería de la esquina, es inmensa. Y dominada por un sentimiento común: cualquier cosa menos que les toque a mis compañeros de trabajo o a conocidos y a mí no. Intolerable, terrible y fácil de solucionar. Solo hay que jugar.

Jugar. ¿Y si me toca? ¿Y si te toca? Precisamente con este argumento nos manipula el Estado. Las mentes privilegiadas que saben matemáticas no se cansan de repetir que la probabilidad es de una entre 100.000, es decir, 0,001%. Siendo éstas obviamente escasas y habiendo aceptado la envidia como causa mayor existe una segunda razón para explicar nuestra contumacia. Ansiamos de tal manera el disponer de una economía más saneada sin tener que hacer nada a cambio que pensamos que los veinte euritos del décimo podrán obrar este milagro. Y solo la Iglesia puede certificar los milagros, por si lo habían olvidado.

En fin, vaya texto más pesimista. Con lo bonito que es ir de compras navideñas y escuchar el cántico acompasado y las aterciopeladas voces de los niños, y niñas, de San Ildefonso. Con la alegría que desbordan los telediarios que conectan en directo con las administraciones vendedoras del décimo en las que se concentra gente que ni tan siquiera ha ganado el reintegro y que descorchan espumoso del supermercado del barrio. Con la ilusión con la que ya esperamos el sorteo del año próximo. En el caso de que resulte usted ser uno de los agraciados le voy a dar un excelente consejo financiero y, por supuesto, gratis: no compre un apartamento en Torrevieja. De nada.