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Gana Vox, pierden los 160.000 ciudadanos que votaron al PP el mes de mayo. Con la negociación de los Presupuestos, los ultras se han venido arriba y el Govern de Marga Prohens no lo ha impedido, de forma que deberá desarrollar iniciativas que ni formaban parte de su programa electoral ni fueron validadas por la mayoría de electores.

La ultraderecha ha hecho bandera de su cruzada contra el catalán en la vida pública y se apunta como éxito la partida de 20 millones de euros para iniciar el proceso de segregación por idiomas en el sistema educativo a partir del próximo curso, arrancada al Govern balear bajo la amenaza de tumbar los primeros Presupuestos de Marga Prohens. Y ahí está la grave disfunción con el resultado de las elecciones. La mayoría de los ciudadanos no votó tal extremo y la minoría que abogaba por esa medida, la segregación idiomática, rechazada por pedagogos, padres y educadores, impone su criterio. Vox lo puede celebrar como una victoria, pero es un atentado contra la convivencia. Y el PP por ahora no ha hecho nada por evitarlo en aras a un supuesto bien superior, la aprobación de su proyecto presupuestario, y no verse obligado el Govern a prorrogar el de Armengol. La matemática parlamentaria de nuevo por encima de principios, ideas y, qué ingenuidad, valores.

Hay otros pactos presupuestarios de los que se apropia la extrema derecha que entran sin excesiva dificultad en el ideario del Partido Popular: la supresión en la práctica del impuesto sobre el patrimonio y algunas medidas fiscales; incluso la supresión de las subvenciones directas a patronales y sindicatos, que se mantengan con las cuotas de sus asociados. Sin embargo, llama la atención el acuerdo para auditar empresas y organismos públicos con el fin de «eliminar los que no reporten beneficios para la ciudadanía y supongan un gasto superfluo, duplicado o con fines ideológicos», características que retratan con fidelidad el chiringuito de Vox, la llamada oficina de libertades lingüísticas, por crear con los Presupuestos, 75 millones de euros, que ya pueden destinarse directamente a otros objetivos, porque se trata de un gasto superfluo y, por supuesto, con fines ideológicos.

Para remate, la burla. Decía la portavoz de Vox que «la gobernabilidad no puede depender (…) de supuestos chantajistas». Aunque se estuviera refiriendo a otra situación, lo cierto es que el arma definitiva de su partido ha sido precisamente la extorsión pura y dura. Y tampoco hay que esperar mucho más de Vox. Surgió contra Rajoy y el enemigo es el PP mientras que la izquierda, el sanchismo, es el adversario. El jefe máximo de la ultraderecha, Abascal, está en primer tiempo de saludo cada vez que Pedro Sánchez precisa árnica. Cuanto peor se le ponen las cosas al presidente del gobierno, Abascal tercia con la barbaridad de rigor: por una parte, desvía el debate y, por otra, consolida el argumento sanchista del miedo a la extrema derecha; de manera que Abascal cree avanzar posiciones hacia su meta, la sustitución del PP como primer partido de la oposición.
El hecho de que Marga Prohens se garantice los Presupuestos no supone que gane tranquilidad para gobernar, salvo que sea capaz de colocar a Vox en el lugar que le corresponde, a sabiendas de que la ultraderecha continuará poniendo palos en las ruedas.