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Cada comienzo de año llega marcado con una sensación de vivir en bucle. Es un déjà vu que se acentúa por estas fechas con los listados de nuevos propósitos que casi siempre son los mismos, las noticias habituales de día primero y los chascarrillos de la Nochevieja que ha vivido cada uno. Mientras algunos se sienten cómodos con la rutina, otros la detestan, pero lo cierto es que hay muy poco de impredecible en un día que casi resulta inhábil. Ya no es cuestión de haberlo vivido con más o menos resaca, pero hay poco margen para las sorpresas en un arranque de año que seguro que deja margen para lo impredecible.

La palabra de 2023 fue polarización, aunque uno de los temas con mayor recorrido fue la inteligencia artificial. Sin duda, es una lástima que no tuviera más protagonismo la inteligencia humana, emocional o natural, en lugar de todo lo que puede aportar la tecnología pura y dura en un campo que deja la impresión de acercarnos a películas futuristas. El bucle en el que vivimos no invita precisamente al optimismo y apunta a que en 2024 se seguirá avanzando en esta materia por delante de aspectos que seguro nos harían mejores a todos. No se trata ni mucho menos de odiar el avance que va camino de convertirse en la revolución de los próximos años, pero sí de pretender que se mantenga la importancia de la inteligencia y la intelectualidad en unos tiempos y en una generación que parece aborrecerlos o quitarles todo el mérito a los que las persiguen. Quizás esto sea un buen apunte para la lista de propósitos del nuevo año y que seguramente repetiremos en 2025.