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A principios de los años ochenta, cuando era niño, los Reyes Magos de Palma eran infinitamente más auténticos. Casi reales. Y eso que al rey Baltasar, el negro, le solían untar con betún, por lo que si le dabas dos besos quedabas embadurnado, con media cara oscura y la otra blanca. Una especie de Michael Jackson. A Melchor, el blanco, le recuerdo siempre con la barba postiza mal colocada, a punto de caer, un pequeño detalle que disparaba algunas sospechas. El último rey, Gaspar, el pelirrojo, tampoco salía bien parado. La peluca caoba solía estar oxigenada, lo que le daba un aire de borrachín irlandés, saliendo achispado de un pub de Belfast. Pero aún así, Sus Majestades eran entrañables. Y, sobre todo, analógicas. Ahora que todo es digital y que los Reyes Magos se te pueden aparecer de forma holográfica o por videoconferencia es algo que los cincuentones echamos en falta. Como la música. En aquella época sonaba el Last Christmas de Wham!, con aquel pelazo que lucía George Michael. Mitad cantante; mitad león. O Freddy Mercury rivalizando ya con David Bowie en Under Pressure. Ahora, más de cuarenta años después, nos martiriza una aberración conocida como regetón, que habría fulminado de un infarto al líder de Queen. Pero lo que no sabíamos en los ochenta es que el verdadero regalo para los palmesanos era que la ciudad era segura. Incluso paseabas de noche. Y no te troceaban. En la actualidad, si osas pisar la calle de madrugada, tienes muchas papeletas de ser atracado o apaleado. O ambas cosas a la vez. Vamos, que los Reyes te traen carbón aunque hayas sido bueno todo el año.