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El arranque político de este 2024 ha sido potente. El pasado miércoles se vivió el primer capítulo de cómo será la legislatura con un Gobierno acorralado por sus propios socios, en especial por el independentismo catatalán que encarna Carles Puigdemont desde la dirección de Junts. Con aquella comedia de enredo en los pasillos del Senado -que acogió la sesión del Congreso por obras en la sede de la carrera de San Jerónimo- me vino a la memoria la sesión de investidura, cuando Pedro Sánchez se carcajeó de Alberto Núñez Feijóo por decir que no sería presidente porque no quería. Efectivamente, el gallego no estaba dispuesto a soportar la humillación constante provocada por sus aliados, una realidad incontestable que Sánchez acepta de manera cínica; debe suponer que nadie se percata de lo que ocurre.

Los corifeos del Gobierno no podrán ocultar por mucho tiempo que con la mentira no se sostiene un Estado. Llegar al poder a cualquier precio conduce, más pronto que tarde, al precipicio. Por mucho que se empeñen María Jesús Montero, Yolanda Díaz o Félix Bolaños -y Pedro Sánchez, por supuesto- alguien miente sobre la constitucionalidad de la Ley de Amnístía o el traspaso de las competencia de inmigración a las autonomías, por no hablar del acceso a los tribunales europeos. Exigencias impuestas desde Waterloo y que en el caso de no ser viables ¿qué pasará? ¿Tragará Junts? De lo que no me cabe ninguna duda es que si Sánchez se ve obligado a adelantar las elecciones dirá que la culpa no es suya, pero en su conciencia estarán aquellas carcajadas desde la tribuna del Congreso. Habrá caído en su propia trampa.

El temor a los resultados de unas nuevas elecciones llevó a Sánchez a urdir una alianza imposible, con la excusa de evitar un Gobierno de PP con el apoyo de Vox construyó un muro que se tambalea desde sus cimientos. Y así será cada semana. El PSOE y Sumar -al que Podemos se la tiene jurada- pensaron que lo mejor era ganar tiempo, que al final todo se olvida. No lo creo. El bochorno que provoca la situación generada tiene ya consecuencias internacionales, y en esta liga no se andan con pamplinas. El horizonte político de España está en las elecciones de Catalunya y Euskadi, en especial de los resultados de Salvador Illa como aspirante a presidir la Generalitat catalana. Es el último cartucho para la continuidad de Pedro Sánchez en el palacio de La Moncloa.

Hibernación regionalista

el sopapo electoral que recibió Proposta per les Illes en los comicios en mayo del pasado año mantiene conmocionados a sus dirigentes, Proposta per les Illes da la impresión que todavía anda buscando qué se hizo mal para alcanzar la irrelevancia política. El presidente de los regionalistas Tolo Gili no logra sacar del pozo a una formación heredera de una significativa bolsa electoral, el declive -cuyo germen no es otro que la vanidad de determinados personajes- es irreversible si no se comienzan a tomar decisiones drásticas. No es sencillo, empezando por las cuestiones más prosaicas de tiempo y dinero, pero en la derecha balear es cada vez más necesario un contrapeso que frene determinados excesos. Habrá que esperar para saber si el regionalismo en las Islas va camino de su definitiva extinción.