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Me hace falta dinero es el título de una canción de 2012 de El Arrebato en cuya letra se pregunta cuánto vale tu dignidad y aunque el dinero sea para poder llegar a casa de la amada, escaso valor tiene frente a intangibles como ver un amanecer, ser el dueño de tu vida o el protagonista de una canción, dice la letra, que lleva a la interpelación: dime cuánto vale tu dignidad, dime cuánto vale tu libertad.

Si trasladamos la duda al terreno de la política, la respuesta resulta desalentadora. La dignidad no cotiza al alza. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. Todo vale para alcanzar y mantener el poder: mentir, sostener sin rubor un principio y su contrario al mismo tiempo si es necesario, controlar sin disimulo instituciones garantes del funcionamiento de la democracia, caso del Tribunal Constitucional que ha enmendado sentencias del Tribunal Supremo para beneficiar a los aliados o preparando el terreno para validar una impresentable ley de impunidad a los separatistas; una dinámica de la que participa muy activamente la presidenta del Congreso, Francina Armengol, que ha escondido un dictamen jurídico contrario a la amnistía hasta el cierre del período de enmiendas, de forma que no pudiera ser utilizado como palanca de las propuestas de modificación del texto.

Al margen de que los entusiastas aplausos de los tifosi sanchistas pueden llegar a provocar vergüenza ajena, es comprensible que los profesionales del sueldo público, muy numerosos en el sanchismo, la presidenta del Congreso es un buen arquetipo, se muestren sumisos y silenciosos, incluso deslumbrados por las irradiaciones del líder; con todo, algunos socialistas ya se atreven a decirse indignados porque «esto (los pactos con Puigdemont (Junts), Otegi (Bildu), Ortúzar (PNV) y Junqueras (ERC) se nos ha ido de las manos»; eso sí, en voz baja, en petit comité y siempre con ruego expreso de anonimato. En el bien entendido de que el fenómeno del acatamiento incondicional no es exclusivo del sanchismo. Sucede en todos los partidos, con especial intensidad en los aspirantes al poder.

Más difícil resulta, sin embargo, entender que personas con criterio, personalidad, capacidad de análisis, rigor y seriedad se plieguen sin chistar al rosario de situaciones extremas promovidas por el gobierno de Pedro Sánchez. La propuesta de amnistía a cambio de siete votos empequeñece el escándalo moral de la supresión de los delitos de sedición y rebaja de la malversación y los indultos a los golpistas catalanes. La ley que supondrá la impunidad ante delitos contra la Constitución parece hecha a medida de cada uno de los implicados, que han trabajado con detalle la redacción del texto. El gobierno nos lleva a la amnistía por agotamiento. Hasta la familia Pujol o a la dirigente de Junts, Laura Borrás, condenada por corrupción, celebrarán el borrado de sus delitos.

A los más entregados les queda el bálsamo de que todo sucede para evitar que gobierne la derecha, a modo de un redivivo Pacte del Tinell (2003, no existía Vox) que consagra la unidad de socialistas, extrema izquierda e independentistas para impedir la alternancia democrática. Con ese argumento, les está bien empleado que sus aliados humillen al gobierno de Sánchez en tantas ocasiones como les venga en gana.