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Este documental (Ekain Irigoien, 2020), ovacionado en el festival de cine de San Sebastián, lleva a la pantalla el tema del sinhogarismo. Hoy los que se consideran elegidos, el pueblo mesiánico que puede hacer lo que quiere y al que el resto del mundo debe agradecer y venerar por su mera existencia, ha vuelto a lograr una vuelta de tuerca más, algo que parecía imposible. Una nueva atrocidad, aceptada por un Occidente anestesiado por sus medios pagados. Una docena de países incluyendo los EUA, el Reino Unido, Australia, Holanda, Finlandia, Canadá, Japón o Francia, han suspendido la colaboración financiera con la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), a la par que se propaga y difunde el presunto vínculo -denunciado por Israel en base a declaraciones ‘amablemente’ obtenidas de prisioneros palestinos-, de colaboración con el terrorismo de Hamás. Es la respuesta política y mediática de los elegidos, de ese pueblo de Dios y su poder económico, a la tibia resolución de la Corte Internacional de Justicia, que Benjamín Netanyahu ha declarado que «no solo es falsa, es escandalosa.» Que de los más de 30.000 empleados de la UNRWA, pueda haber -cosa que todavía tendría que demostrarse en los tribunales- una decena de ellos que, presuntamente, hayan podido tomar una posición parcial -siempre condenable porque la ONU debe ser neutral-, para nada debería influir en la consideración de que hoy, más que nunca, la acción de la UNRWA es la única protección que les queda los palestinos, el último eslabón que puede proporcionar algo de alivio a un pueblo que vive masacrado, ante la pasividad de Occidente. El propio hecho de negar la ayuda económica a la agencia, ahora aún más esencial, va en contra de la propia resolución de la Corte de la ONU que ha exigido que no se produzca un genocidio. Pero parece que los palestinos no tienen derechos, porque pese a estar en esas tierras durante siglos, no son los elegidos, no son hijos de Dios.