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El mundo está lleno de malas personas. Asesinos, psicópatas, narcisistas, sádicos, maquiavélicos, misóginos, ciberdelincuentes, explotadores, violadores, homófobos, intolerantes, pedófilos… La psicóloga Julia Shaw describe en Hacer el mal innumerables maneras de ser un mal bicho.

Una de las afirmaciones que más me ha llamado la atención es que en numerosas ocasiones, los homicidios son sin querer. Es decir, que en realidad no tenían la intención de matar. La mayoría se producen por cuatro motivos: homicidos precipitados por altercados o discusiones, es decir, peleas que se descontrolan; en segundo término, por delito grave, es decir, matar intencionalmente, por ejemplo durante robos o secuestros; en tercer lugar, homicidios por violencia doméstica o íntima; y, por último, homicidios accidentales, que ocurrren por ejemplo conduciendo borracho o drogado. Los asesinatos ocurren sobre todo entre hombres, ya que es el género masculino (95 %) el que ataca a otras víctimas de su mismo sexo (79 %).

No es lo mismo pensarlo que hacerlo y seguramente alguna vez habrá soñado despierto con matar al alguien, sea algún compañero de trabajo, a alguien de la familia o a extraños. ¿No? Raro sería, pues el 73 % de los hombres y el 66 % de las mujeres han fantaseado con esta idea, de acuerdo con la información recopilada por Shaw. La primera impresión es determinante y somos muy dados a hacer conjeturas. Nos bastan 39 milisegundos para pensar intuitivamente si podemos confiar en la persona de la que vemos su cara en una foto. Los guapos nos parecen mejores personas que los feos, es el efecto Halo. De hecho, las personas poco agraciadas tienen menos posibilidades de tener un buen trabajo, de recibir atención médica de calidad o de ser tratadas con amabilidad. Es realmente cruel, pero no me sorprende: tendemos a culpabilizar a las víctimas por su sufrimiento; la anonimidad que permite la tecnología nos lleva a actuar peor que si fuera en persona; todos tenemos un precio; y las disonancias cognitivas son muy frecuentes, es decir, que nuestro comportamiento está en desacuerdo con nuestras creencias o que tenemos ideas contradictorias. Problemas del primer mundo.

El manual ofrece sobrados argumentos científicos que desmienten ideas que todavía sobrevuelan, como que los hombres son más agresivos por naturaleza debido a la testosterona. También se rebate con datos el estigma contra las enfermedades mentales. En conjunto, aunque somos mucho peores de lo que creemos, y a pesar de que tenemos deseos o pensamientos ilegales o inmorales, pensar no es hacer. Tenemos la capacidad de actuar racionalmente. Ya lo decía mi abuela: «Fes bé i no miris a qui, però fes mal i mira-t’hi».