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La semana política viene cargada de resurrecciones. El campo mallorquín, pese a nuestro secular carácter y al tanmateix, parece recuperar el pulso para oponerse a la miserable política de los burócratas de Bruselas y de los países del Norte, que intentan arrogarse en exclusiva el concepto de Europa y de la racionalidad, asistidos de colaboradores necesarios como los movimientos ecologistas y otros radicales al servicio de sus potentes lobbies. Los que nos formamos antes de la ESO sabemos, en cambio, que Europa nació y mantiene su esencia en el Mediterráneo, pues todo lo demás es tierra conquistada por Roma o improductivos páramos nórdicos sin interés de ninguna clase para que un ser humano viva en ellos, salvo sus sufridos, melancólicos y pálidos aborígenes. Ya me dirán cuántos mallorquines buscan casa en Estocolmo, Copenhague o Helsinki en comparación con los escandinavos que huyen del frío y los arenques para gentrificar nuestras ciudades.

Dicho esto, que el Norte comande nuestra huerta, nuestros cereales y nuestra ganadería es un absoluto sinsentido que los gobernantes patrios tendrían que empezar a poner de manifiesto. En Balears nos cargamos el sector ganadero a las primeras de cambio a mayor gloria de nuestro europeísmo y vamos camino de hacer lo propio con el resto del sector primario, pesca incluida.

Unió Mallorquina renace de sus cenizas y hasta tiene ya un alcalde, el binissalemer Víctor Martí, que comanda su gestora. Pese a los análisis que he leído, todos ellos en clave palmesana, y algunos de los cuales destilan una irracional animadversión hacia unas siglas que fueron objeto de una masacre organizada desde determinados poderes, lo cierto es que la política balear precisa de una formación regionalista o en el ámbito del nacionalismo moderado alejado de delirios soberanistas con la que poder pactar, porque con los extremos ya estamos viendo cuál es el resultado. La iniciativa ha descolocado a una parte del PI -otra, probablemente, la aplaude- y es evidente que ambos partidos están condenados a entenderse si pretenden sobrevivir. En cualquier caso, no va a ser tarea fácil.

No puedo dejar de lamentar profundamente el fallecimiento de Sor Margalida Moyà Pons, responsable de los centros educativos de las Germanes de la Caritat y miembro de la junta de Escola Catòlica y del patronato de su fundación desde hace muchos años, con quien he tenido el privilegio de trabajar, admirando su altura intelectual, teológica y moral.

Sor Margalida profesó como religiosa en pleno desarrollo del Concilio Vaticano II y jamás abandonó sus profundas convicciones cristianas en favor de los más necesitados. Tenía siempre una palabra de seny y de generosidad ante cualquier problema o dificultad y ha sido pilar fundamental en el mantenimiento de la obra educativa de los colegios de su congregación, perpetuada merced a todos aquellos -personas e instituciones- que no están dispuestos a que se cierre un solo colegio católico en nuestra comunidad, y, mucho menos, aquellos -que son la inmensa mayoría- que trabajan cerca de las familias que menos tienen desde los barrios más humildes de Ciutat y pueblos de la Part Forana, dando testimonio de coherencia cristiana, como hizo Sor Margalida durante toda su fructífera vida.