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Tengo comprobado que tardo más en llegar a la redacción andando desde casa que haciendo el camino a la inversa. Una lectura poco rigurosa indica que tengo más ganas de irme que de llegar. Puede ser, pero esto es quedarse en el titular. Es necesario analizar esta ley de la relatividad, que sin llegar a la de Einstein también tiene su aquel. Lo cierto es que para llegar al Palau de la Premsa lo hago bajando Francisco Martí Mora en hora de salida de colegios, por lo que a la triple fila de coches aparcados hay que unir los buses de la EMT y las aceras repletas de pequeños felices tras salir de una dura jornada estudiantil. Por deformación profesional casi todo lo convierto en un partido de fútbol y me imagino que soy Luka Modric intentando driblar a uno y otro para ganar espacio y seguir hacia el área rival. El otro día un joven andaba mirando el móvil y se golpeó con una papelera perdiendo el equilibrio y a su vez perdiendo el teléfono, que se estrelló en el asfalto. Me dio casi por pedir el VAR para confirmar si fue un encontronazo voluntario o provocado. Supongo que veo tanto fútbol durante la semana que llega un momento en el que pierdo el sentido de la realidad. Por la noche, casi ya de madrugada, no necesito hacer de Modric porque, salvo los tipos que fuman en las aceras frente a las casas de apuestas o de juegos, no me encuentro a casi nadie. Pero de día es una locura porque infinidad de peatones van pegados al teléfono como si no hubiera un mañana. Los patinetes son un peligro constante, pero no lo son menos que los que van por ahí wasapeando por la acera confiando en que seas tú quien se aparte de su camino. Yo, que no quiero líos, me hago a un lado para que ellos no pierdan la verticalidad. Igual si no lo hago choco de frente y aparece González Fuertes y me saca amarilla por obstrucción.