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La gente se ha vuelto demasiado impaciente. La mayoría son incapaces de esperar. Escriben un wasap y si la respuesta no es inmediata, se les llevan todos los diablos. Yo viví una adolescencia en la que te carteabas con las amigas y con los novios. Una carta tardaba tiempo en escribirse. Te permitías el tiempo necesario para buscar las frases que querías decirle al otro, las expresiones, el mensaje que te salía del alma. Había que conseguir sobre, papel, sello y bolígrafo. Anotar el nombre y la dirección con letra clara. No olvidarse de añadir el remitente, porque a veces las cartas se perdían. Esa posibilidad daba un poco de miedo, puesto que hay mensajes importantes, que no pueden desaparecer sin llegar a su destino.

Una vez enviada, comenzaba el tiempo de espera. El cartero solía ser alguien cercano, a quien preguntabas si en su saco de papeles escritos había alguno para ti. Pasaban días, a veces semanas hasta que llegaba la respuesta que releías muchas veces.

Eso era verdadera magia. Ahora, la gente se olvida de la gramática y escribe mensajes llenos de faltas de ortografía y abreviaturas. Se sustituyen las descripciones de sentimientos por emoticones graciosos, demasiado simples para expresar la complejidad de lo que vivimos. Mandamos un beso, un guiño, una sonrisa, un corazón sin pararnos a pensarlo demasiado. Sin embargo, hay muchos tipos de besos, guiñamos el ojo o sonreímos con intenciones muy distintas. Podemos enviar corazones que expresen cariño, amistad, pasión intensa o amores prohibidos. En Whatsapp, parece no existir espacio para la sutileza. Los matices desaparecen y nuestra comunicación se empobrece.

Me gusta mandar wasaps como si fuesen cartas: sin síntesis ni mensajes escuetos. Escritos como pequeños relatos que explican a alguien un episodio, una anécdota o un detalle que vale la pena compartir. Frases que expresan cómo me siento y palabras que describen de forma honda aquello que los emoticones no alcanzan a explicar.