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Decía el añorado ministro Fernández Ordoñez que para que una democracia funcionase se necesitaban, por lo menos, tres elementos: A) Una clase media propietaria, comercial y emprendedora. B) Que los ciudadanos paguen los impuestos para que pueda haber buenas infraestructuras y políticas sociales. C) Que el nivel de corrupción sea bajo y se persiga ante los tribunales, que no haya impunidad.

A partir de la crisis económica de 2008, el nivel de ingresos de la clase media se ha hundido en España lo que dificulta enormemente la recuperación sólida de nuestra economía. Asumo que el fraude fiscal es bajo y, sin duda, hay políticas sociales importantes, aunque las líneas del AVE nos salen por las orejas, en detrimento de otras infraestructuras que deberían modernizarse.

El enemigo de la democracia es la corrupción. No debería sorprenderme que alrededor de la política pulule cierta gentuza manejando un dinero que no es suyo, que proviene de los presupuestos generales del Estado y que, con esa gestión, se enriquecen sin que sus superiores en la Administración ¿no sepan nada? Hemos conocido casos muy sonados. Ahora se destapa el de las mascarillas, sangrante y escandaloso sin conocer las consecuencias políticas en el momento en el que escribo (martes).

Que, en un tiempo de emergencia nacional, unos personajes amorales, incultos y necios pudieran, supuestamente, enriquecerse a costa de la salud de millones de personas con la aparente complicidad de políticos y funcionares es sencillamente repugnante.

No es necesario que haya un encausamiento judicial para dimitir. Basta con asumir la responsabilidad de que una persona de confianza haya defraudado esta relación para delinquir. Es suficiente para irse a casa.

En mis 43 años de funcionario diplomático siempre encontré en el Ministerio de Asuntos Exteriores unos interventores de Hacienda, controlando seriamente el gasto público. Ni un recibo de taxi que no estuviese justificado era aceptado para reembolso.

Me pregunto que ha pasado con algunos interventores generales de Hacienda en los ministerios. No digo que sean cómplices de nada, en absoluto. Pero ¿no vieron lo que estaba pasando? Es difícil de entender que ciertos escándalos no fueran abortados en su fase inicial.

En Baleares, se reembolsó a la delegación oficial unos tickets de un local de dudosa moralidad en Moscú con el argumento de que «como estaba en ruso no podía rechazarlo». Claro que en las autonomías el interventor es nombrado por el Consejo de gobierno y eso no invita a la neutralidad.
La corrupción es la misma, aunque la cantidad sea distinta. Defraudar al erario público en beneficio propio.

Nunca nos libraremos de los chorizos, pero podemos poner barreras. Nuestra democracia lo requiere y lo necesita. ¿Por cierto, ¿es corrupción amnistiar a un político delincuente a cambio de su voto?