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C onectar la economía con las ciencias de la naturaleza es un reto importante para los científicos sociales: enlazar biología y termodinámica con la economía, matizando el exceso de formalismo matemático y enfatizando factores de carácter cualitativo. La distinción entre precio y valor es aquí muy significativa, de forma que indicadores, como, por ejemplo la huella ecológica, se han hecho presentes en el ámbito de las ciencias sociales. Estas investigaciones no han inferido, empero, la asunción de sus resultados en las políticas públicas. Esto es un problema que diluye las sensaciones que se viven en el panorama económico –como, por ejemplo, la saturación turística o el agobio espacial–, que urge cuantificar y, sobre todo, disponer en un panel de datos que sea útil para los gestores públicos.

La asimilación de los principios de la termodinámica a la economía, propuesta en 1974 por el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen, significa asumir –o tener muy en cuenta– las reglas que provienen de la biología, la física y la química. Este autor aboga por una ampliación en el análisis de los procesos económicos, con un corolario claro: el crecimiento económico provoca desorden en todos los ámbitos y, obviamente, en el entorno ambiental. De ahí que sea transcendental una disección precisa sobre los impactos ecológicos que promueve un determinado tipo de crecimiento, y que sea importante realizar mediciones que no se circunscriban a los parámetros convencionales en la economía académica.

Conceptos esenciales como productividad y competitividad se refuerzan con otros que tienen mayores porosidades con los de la física, la química y la biología: capacidad de carga, eficiencia, eficacia, huella ecológica, intensidad energética, son muestras al respecto. El esfuerzo para el economista es innegable, y el material con el que se trabaja es de gran complejidad, presidido por la incertidumbre: el comportamiento humano. Aquí, las investigaciones de Daniel Khaneman (psicólogo, premio Nobel de Economía, profundo conocedor del comportamiento irracional de las personas), Ilya Prigogine (químico, premio Nobel de Química, experto en termodinámica y en los principios de la irreversibilidad) o Benoît Mandelbrot (matemático y analista de la geometría fractal y de los procesos de regularidad en el caos) entre otros, constituyen focos importantes de inspiración. El vector temporal y la movilidad de factores constituyen características básicas, que proporcionan profundidad y mayor rigor a los análisis. Y, por supuesto, se infiere la modestia necesaria para matizar la estrategia mecanicista que sustenta la predicción en economía.

Dos preceptos importantes a combatir: la existencia de recursos infinitos; y la tesis de que el desarrollo científico proporcionará toda la energía necesaria para reciclar, de forma que el ambiente seguirá siendo natural y sustentará el crecimiento económico continuo. Es el ‘dogma energético’ criticado por Georgescu-Roegen quien, a su vez, señala que lo que caracteriza a un sistema económico son sus instituciones y no la tecnología que utiliza. Esto no debería perderse nunca de vista.