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El alcalde de Fontanar se ha hecho viral por una serie de insultos gravísimos (subnormal, retrasada, tonta) destinados a una trabajadora municipal. Insultos efectuados con un tono de voz desquiciado propio de aquel que sufre una enajenación mental y que lo retratan por completo a él y no a la trabajadora víctima de su maltrato. Entre otras lindezas le gritó que se estaba cargando su sustento y que se iba a ir a la puta calle, sin pensar que estaba siendo grabado y que el que podría perder su sustento con todo merecimiento sería él mismo. Ante el alcance mediático de las grabaciones, pretende darse de baja por estrés. Qué sencillo es para algunos confundir estrés con mala educación barriobajera, ser un lamentable desdichado que avergüenza al género humano pero con la fortuna de ostentar el privilegio de una alcaldía y así pisar a sus subordinados como si fueran las heces de un perro en la calle. Sería más propio que dijera con todas sus caries a la vista: soy simplemente un puerco sexista y casposo y me retiro de la vida política para siempre. Al menos sería un atenuante por decir la verdad. Esto da a pensar sobre aquellos que se colocan al frente de un municipio, comunidad o lo que sea, que recurren por norma a la violencia verbal vejando a sus colaboradores. No sería de recibo, como requisito indispensable, realizarles test psicológicos y médicos para comprobar si son aptos para sus cargos o tienen sus funciones alteradas por alguna psicopatía. Soy de los que piensa que todos los que acceden a puesto de poder, alcalde, presidente de una comunidad o de un club de fútbol, tienen las facultades mentales reducidas a un mínimo común múltiplo. Sin embargo, ya sabemos que eso no interesa, que solo se expresa el color del dinero para acceder a cargos representativos al igual que para obtener el premio Planeta has de ser un superventas y la calidad literaria importa un pimiento.