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Las mentiras ya no tienen las patas cortas; nacen sin patas, a fin de ser descubiertas y desmentidas al instante, porque sólo entonces emprenden el vuelo, y en tanto que mentiras mondas y lirondas, se generaliza su aceptación mientras incrementan el prestigio intelectual y político del mentiroso, que jamás hubiera alcanzado de decir la verdad. Que algo sea falso y difamatorio le otorga un alto valor añadido y expande su mercado, lo que mejora la reputación del farsante difamador, que así queda como un valiente sin pelos en la lengua, que siempre dice lo que piensa, sea cierto a no, con igual desenvoltura. Pero claro, para eso es necesario que se note que es mentira, y rápido, porque si no dónde está el mérito. Las verdades, muy tediosas, están al alcance de un pendejo, y con ellas no se hace carrera política, ni artística, ni comercial. Son una mercancía que no emociona nada, no gusta a nadie. Ah, el fulgor de las mentiras ostentosas. Cualquier telediario demuestra que propalar mentiras muy obvias, no sólo no desprestigia al embustero flagrante, sino que aumenta su carisma y poder de convocatoria. Puesto que además ya no hay política sino relatos, es natural que al igual que en las ficciones literarias, los autores más mentirosos sean reconocidos y aplaudidos, y ganen prestigio se trate de Trump, de Ayuso o de Puigdemont. Dicen que Sánchez también miente, pero sus mentiras tardan más en descubrirse, a veces no son de inmediata identificación, lo que le resta prestigio. Por lo demás, aunque este fenómeno de la mentira y la calumnia sin patas parezca reciente, algo propio de populismos en esta era de bulos y noticias falsas, lo cierto es que viene de lejos. De muy lejos. La mentira, la falsedad y el engaño son el abecé de la naturaleza, donde toda criatura viviente finge, simula y estafa desde el nacimiento a la muerte, muy rápida si no lo hace. Las falsedades no son un invento humano, que ni siquiera estamos entre las especies más embusteras. Hay unos cocodrilos que… Bueno, es igual. Lo que sí podría ser novedoso es el exagerado prestigio de los mentirosos pillados en falsedad. Sabedores de que una mentira descubierta se hace invencible. Y ellos también.