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No pondría la mano en el fuego por la pareja de Isabel Ayuso en su litigio con la Hacienda pública. Me parece execrable, eso sí, la filtración de las penurias fiscales de ese señor para ser utilizadas como arma política en pos de la destrucción de su pareja sentimental, que ni siquiera es su esposa.
Semejante bajeza no es inédita en el mundo de la política especialmente por parte del PSOE que, cuando ha estado en el poder, siempre ha echado mano de armas de destrucción masiva contra sus adversarios con un ensañamiento que nos retrotrae a los más oscuros episodios del cine negro.
Nada nuevo bajo el sol. Yo mismo, en los lejanos años de la pretransición, fui víctima de tamaña vesania: no de parte de dirigentes socialistas -que entonces permanecían aún ocultos, a la espera de comprobar de qué lado caería la moneda- sino de las tenebrosas fuerzas del tribalismo local, pocas bromas.

Por aquellos tiempos yo ejercía de corresponsal de Ultima Hora en sa Pobla y mis crónicas no eran del agrado del alcalde franquista -que luego lo sería de la primera legislatura democrática- Rafael Serra Company. Dicho señor tenía un primo inspector de Hacienda que era el terror de los contribuyentes digamos ‘díscolos’. Serra Mir advirtió primero al presidente del gremio de joyeros, que entonces comandaba la Comisión de Reparto del Impuesto sobre el Lujo, sujeto a convenio. «Dile a ese Segura que deje de incordiar en la prensa o le caerá un paquete que no se lo espera».

Don José Aguiló, conocido como don Pep de sa costa, me transmitió la advertencia, añadiendo que él se vería obligado «por el bien común» a doblegarse a las exigencias del inspector. No quise hacerle caso y en el próximo reparto del impuesto me adjudicaron una cifra superior a las de las mejores joyerías de Palma. Pagué, pero recurrí -pobre iluso- y lo que vino después fue aun peor: inspección en toda regla. Pude librarme -en parte, solo en parte- porque supe buscarme buenos aliados pero, sobre todo, porque en aquellos momentos previos a la Reforma Fiscal regía una moratoria. Pero mis tribulaciones -que alcanzaron a mi familia e incluso a la empresa editora de Ultima Hora- fueron amargas y duraderas. Soy el único superviviente vivo de esta historia. Serra Company ganó las elecciones municipales -lo tengo contado- y su primo fue desapareciendo poco a poco, temeroso de represalias.