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Paro de tanto en tanto frente a La Expeditiva de Palma y me quedo mirando el cartel con su nombre. Es uno de esos letreros sin luces de artificio, posiblemente fue hecho a mano, una inteligencia humana eligió los tipos de letra y decidió los dibujos que le acompañan: una bola del mundo, un tren, un barco y una casita de la que salen unos paquetes. «Especialistas en embalajes. Empaquetamos y gestionamos el envío de cualquier objeto a todos los países del mundo. Envíos urgentes. Embalajes especiales de madera», leo. La Expeditiva -agencia sin actividad desde hace algunos años- es uno de esos resquicios del pasado, huellas de empresas familiares que un día abrieron sus puertas a principios del siglo pasado y que todavía asoman en las calles de ciudades como Palma. Como será por poco tiempo, me detengo ahí, en la calle de La Soledad, casi puerta con puerta con Correos, y miro el cartel e intento imaginar el local unos años antes. Tiene un número de teléfono anotado, y que no vaya precedido del prefijo 971 quiere decir que ya tiene algunos años. El otro día me decidí a marcarlo. Mira que si me responden del pasado, me dije (a veces pienso que sólo cuando escribimos utilizamos la expresión «me dije») mientras esperaba respuesta y me veía en una de esas historias donde se cruzan pasado, presente y futuro. Al otro lado, la voz de un hombre (de un hombre que imaginé de pie y con un auricular de un teléfono de mesa de color negro en la mano, aunque igual no era esa la situación) me contó lo que ya había deducido, que La Expeditiva cesó su actividad. Y añadió que ahora ese local se utiliza como despacho de paso y para recoger algún recado, aunque casi nadie llama. Le pregunté por el cartel que muchas veces miro. Me dijo que todavía no saben qué hacer con él. Lo seguiré mirando mientras siga ahí. Es una llave que abre las puertas del tiempo y la memoria. Al menos a mí.