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Ayer, de forma irreflexiva, acudió a mi mente una pregunta que me hizo hace bastante tiempo un conocido, que consistía en si desearía repetir otra vida. Sin pensarlo, de forma totalmente súbita, le contesté con un abrupto ¡no! Aquel ‘no’ me ha hecho pensar ahora en las causas que me lo provocaron. La primera y más importante es que me es muy difícil convivir con la dualidad a la que está irremediablemente sometida la existencia material. Esa dualidad no he sido capaz de superarla en mi ya larga vida, hasta el punto que en toda ella no he dejado, en algún momento, de mirar las nubes y repetirme lo bien que me debía sentir por allá arriba. Y ayer, debido a la autopregunta pensé en que necesariamente tenía que haber algo que me hubiese enriquecido. Efectivamente, que había tenido la gran suerte de haber vivido durante el siglo veinte, algo que veo difícil que pueda repetirse nada parecido en ninguna otra existencia material. El siglo XX, a pesar de una guerra mundial infecta y de una dictadura espeluznante en el país en el cual nací, fue un siglo que enriqueció enormemente muchas facetas de la vida humana. Y también la mía. Ahora lo estoy constatando en esos inicios del siglo veintiuno La lástima es que esas grandes ventajas solo han beneficiado a una minoría. Pero la beneficencia generalizada parece algo imposible en el mundo material.

En el pasado siglo se crearon unas condiciones de convivencia desconocidas anteriormente. Aunque esa convivencia fuese restringida a una parte muy limitada de la humanidad. Pero no se puede descartar que en un futuro se extienda a una mayor parte del mundo; aunque de momento esto parezca más una ilusión que una posibilidad factible. En cualquier caso la base está ya creada y la evolución humana nunca ha sido lineal. Siempre se ha desarrollado mediante avances y retrocesos. Como si en cada evolución se necesitase parar para tomar aire para poder seguir. En mi opinión, el mayor problema es que para que ello ocurra es que la parte dominante tiene que acostumbrase a vivir con una mayor condescendencia, porque no solamente es absolutamente necesario para el futuro de la humanidad y del planeta, sino que esa generosidad puede hacer mucha más justa la vida de los que la conforman y eso permita ver la necesidades de cada una de las partes del todo. En cualquier caso, es una ventana que se abrió ampliamente en el siglo XX y que nunca debería cerrarse. Porque renunciar a ella lleva inevitablemente a un mundo perverso. Y, por el contrario, su ensanchamiento podría propiciar un sistema actualmente impensable .

En mi caso personal me congratulo que la ciencia y sobre todo el arte fueran los protagonistas de una prosperidad inaudita. No hay duda que la ciencia ha dado una gran prosperidad; aunque sus desequilibrios no fuesen siempre los más convenientes para ayudar a mejorar y enriquecer la igualdad de oportunidades. En mi caso particular lo que más ha enriquecido mi vida ha sido el arte, y mi arte preferido sin lugar a dudas es el del siglo veinte. Porque a parte de la belleza, que siempre es enriquecedora, se ha abierto con gran profusión hacia la conducta humana y la socialización. No lo considero así porque fuese coetáneo a mi existencia, ya que coetáneo lo es también el del siglo XXI y cada vez lo percibo más desquiciado, quizás por haber perdido los auténticos propósitos del siglo anterior. Lo que más me subyuga del arte del siglo veinte es que fundamentalmente intentó encontrar nuevas perspectivas para la convivencia y el comportamiento humano más que dejar testimonio históricos. Por muy importantes que éstos pudieran ser.