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Me ha dolido profundamente la concesión del patronato regio a una denominada academia de ‘sa llengo baléà’. Y me ha dolido, sobre todo por el daño producido a la Corona, facilitando la reacción virulenta de la izquierda, rendida al catalanismo.

Sépase, en primer lugar, que nuestras corporaciones académicas están protegidas por la Comunidad autónoma a través de la Consellería de Presidencia. Cuatro de ellas están bajo el patronato regio: Medicina, Bellas Artes, Historia y Jurisprudencia. A día de hoy, de esta academia llamada de ‘sa llengo baléà’ nada se sabe. Dice ser una entidad particular y poco más.

Por otra parte ‘sa llengo baléà’ no existe. Las islas tienen suficiente personalidad como para cultivar cada una su lengua propia, dentro de la unidad de la llamada ‘lengua catalana’ o sea la lengua matriz de las mismas, aquel ‘llatí’ que dijo hablar el rey Jaume I nada más conquistar Ciutat de Mallorca, y que con el tiempo llamaríamos catalán, dado el peso que sobre la lengua tuvo el poder político del antiguo Principado, capaz de acabar con nuestra monarquía propia, apropiarse de Ramon Llull, haber impedido que tuviésemos Cortes, y, entre otras muchas más cosas, luchar para que nuestra suprimida Universidad no regresase a las islas hasta finales del pasado siglo.

Ya lo sabemos, el catalán se cree más de lo que es, y los mallorquines menos de lo que somos, de ahí que para defender nuestra lengua nos tengamos que amparar en banderas y cartulinas con el mapa de la isla señoreado por cuatribarradas, como sucedió el domingo día 5 de mayo en la plaza Mayor. ¡Menuda comedia! Desde nuestra izquierda para sentirnos algo hemos de ser catalanes. Conocido es el chiste: si rascas a un vasco te encuentras a un español. Si rascas a un catalán encuentras a un francés. ¿Y si rascas a un mallorquín? Nunca se sabe. Esto no pasa de un chiste, pero es más que indicativo. Cataluña tuvo la suerte de disponer de Carlomagno y de ser invadida por los catalaunis del sur de Bélgica, que le dejaron su nombre, y desde entonces su protagonismo.

Sin embargo, a la hora de las apuestas identitarias, recordemos la gramática mallorquina de 1835, de Juan José Amengual, y la traducción mallorquina del Quijote de Ildefonso Rullán, así como las cartas de mi tío bisabuelo Mariano Aguiló, patriarca de la Renaixença catalana, cuando desde Barcelona, el 6 de noviembre de 1868 le comunica a Tomás Forteza: «Suscriume a tot lo escrit en mallorquí que se publich y compram les fulles sueltas que en dita llengua se hagen publicades». ¡Y esto lo escribe porque por entonces todos reconocían nuestra lengua, la amaban y cultivaban. Preguntémoslo a nuestros dignos representantes de la Escola mallorquina de finales del XIX, constitutiva de un fenómeno literario envidiable.

Al igual veremos en Menorca publicarse en 1858 la gramática menorquina, obra de Julio Soler, que supo enriquecerse con la gran aportación intelectual del siglo XVIII, y en Ibiza las Reals ordinacions de la Universitat d’Eivissa, de 1663, compendio de cultura e identidad terral, recogidas y analizadas por Marià Torres, en La llengua catalana a Eivissa al segle XVII.

Sobra en las islas cultura con que abastecer academias, con o sin patronatos regios, pero hagámoslo con rigor intelectual, sin estrategias partidistas y más allá de los sentimentalismos de nuestra bona gent.