El intendente Nicolás Herrero (centro) fue homenajeado ayer. | Alejandro Sepúlveda

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Es lo que Elicio Ámez al Cuerpo Nacional de Policía o Bartolomé Del Amor a la Guardia Civil: una leyenda. Nicolás Herrero (Zaragoza, 1949) se jubila mañana después de 33 años en la Policía Local de Palma. El intendente jefe las ha visto de todos los colores y ha sufrido persecución política, pero se marcha como llegó: con elegancia. Que por algo es ‘el caballero’.

—¿Cuándo llegó a la isla?
—En 1978, como funcionario del ministerio de Trabajo. Había opositado al Instituto Nacional de Empleo.

—En sus inicios ya coincidió con Joan Feliu, el jefe eterno.
—Con él empecé el proyecto de la Escuela de la Policía Local, en el año 1982. Joan Feliu era subinspector, porque no había plaza de inspector por aquel entonces. Luego se creó la plaza y yo ascendí a oficial, que sería un mayor de los de ahora.

—Estuvo a punto de acabar en Logroño.
—Me costó veinte días sin casi dormir, deshojando la margarita. Yo estaba casado y ya tenía mi primera hija, pero me ofrecían la vacante de jefe. El corazón ganó: aún me esperan.

—Es curioso, teniendo fama de ‘rojillo’, a usted le nombra comisario jefe Álvaro Gijón.
—Ideología tenemos todos, pero lo importante es que la gestión sea profesional. Pero sí, fue curioso. Era la época de Catalina Cirer como alcaldesa.

—Antes estuvo en el Govern.
—Me fui cuatro años a la Comunidad Autónoma, en la última legislatura de Joan Fageda. Fui jefe de Seguridad, en Interior.

—Fue una época de convulsiones en el cuartel.
—El primero que prescindió de Feliu fue el regidor Pepe Sierra. Después Cirer lo repone, pero su regidora Maite Jiménez dimite a los dos años y llega Gijón, que lo cesa de nuevo.
—José María Rodríguez fue quién le echó del Govern
—Pues sí. Me dijo: «A ti te nombró el Pacte de Progreso y te tienes que ir». Sin embargo, el que luego me ofreció dos años como comisario jefe fue Gijón, un político muy próximo a Rodríguez. Con Aina Calvo de alcaldesa, después, ya obtuve la plaza de intendente jefe.

—Llega Mateo Isern y le castiga. ¿Por qué?
—Deduzco que la vieja guardia del PP hizo maniobras, que arrastraron al alcalde en esa dirección. A Vera, un sargento, lo hace intendente; a Mascaró, otro sargento, lo hace mayor y al inspector Estarellas lo nombran comisario.

—¿Esa situación dinamitó el cuartel?
—Ignoró la junta de mandos, donde había grandes profesionales. Comisarios muy preparados. Las consecuencias se han visto ahora. Y está claro que no han sido buenas.

—¿Cuál es el futuro de la Policía Local de Palma?
—Aquilatarse a la situación legal, que no entre en competencias con otros Cuerpos policiales. No necesitamos ‘hombres de Harrelson’ ni Geos. Para eso están la Guardia Civil y la Policía Nacional. Lo nuestro son los temas de tráfico, las ordenanzas municipales, la problemática urbanística y otros asuntos.

—Han llegado a investigar muertes.
—Ha habido despropósitos. Como entrar en Son Banya por drogas. Es como si usted escribiera de internacional en lugar de sucesos.

—Por cierto, usted condecoró a las secciones de Sucesos de los diarios.
—Porque os admiro mucho. Sois una raza aparte.

—¿Hay facciones políticas en el cuartel?
—Dicho así, no. Hay ideologías. Y eso está bien.

—Con su sucesor, Antoni Vera, no hubo ‘feeling’ nunca.
—Ya. Él volvió de la Comunidad Autónoma y se licenció en psicología. Aprueba como oficial y sargento de golpe, y como hay plaza de mayor yo decido que lo sea. Pero luego hay otra oposición y aprueba Estarellas, así que lo nombro a él de mayor. Vera se lo tomó mal.

—¿Y hubo más?
—Bueno, luego me pidió ser sargento de policía de barrio, para cobrar un plus de 700 euros más al mes. Yo le contesto que si consigue que algún funcionario que esté en ese puesto renuncie al plus, es para él. No lo consigue y se lo toma peor.

—Luego Vera lo denunció.
—Fue impresentable. Si alguien tenía que denunciar algo era yo. Las formas no fueron buenas.

—Mut es su sucesor.
—Por antigüedad es normal que si yo no estoy esté él.

—¿Se ha despedido del alcalde Isern?
—Claro. Fui ayer a Cort, de uniforme. Me lo ha explicado todo, sin resentimientos. Fue un encuentro muy agradable.

—¿Irónicamente?
—No, no.

—¿Y ahora?
—No hago planes como jubilado, porque no quiero incumplirlos. Como en el chiste, lo que tengo claro es que no jugaré al golf. Ni haré huertos urbanos.