Andreu Coll Tur y Francisco Abas Rodríguez a su salida de los juzgados, para ingresar en la cárcel de Palma.

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A simple vista nadie podía intuir que Andreu Coll Bennàssar era un millonario de Alaró. Ni que el empresario, a sus 57 años, tenía un imperio de casi un centenar de locales, pisos, negocios y solares, que le producían unos inmensos alquileres mensuales. Porque el mallorquín era extremadamente austero, casi un espartano. Sólo se permitía derroches puntuales con su mejor amigo Pedro, que también era su abogado y su confesor. Confiaba en él y en su hermana Margalida, a la que adoraba. Los asesinos, que se ensañaron con la víctima, eran su hijo Andreu y el amigo de aquél, un zaragozano llamado Fran. Tenían 18 y 20 años. Este es el relato del crimen de Alaró, un asesinato premeditado y a sangre fría que conmocionó Mallorca en 2013.

La situación familiar de Andreu distaba mucho de ser modélica. La separación tormentosa del matrimonio había dinamitado la familia: Toni, de 21 años, y su hermana Ainara, de 23, se habían ido a vivir con su madre en Santa Ponça. Andreu, el menor, había optado por quedarse con su padre en Alaró. Con todo, no le movió el sentimentalismo. Tras el crimen confesó el motivo: «Él tenía dinero». Andreu padre había rehecho su vida con una moldava más joven que él, de nombre Inna, que tenía una hija. Sin embargo, la relación tampoco había funcionado y en junio de 2013 el acaudalado empresario vivía en su finca de sa Teulera, solo con Andreu junior.

Andreu Coll Bennàssar tenía 57 años y poseía un inmenso patrimonio.

El joven era una bomba de relojería. Se pasaba horas y horas jugando con la Play Station 3, encerrado en su cuarto. Con su conexión rápida a internet como único nexo con el mundo exterior. Fue en el juego de moda -Call of duty- donde conoció a Francisco Abas Rodríguez, un zaragozano dos años mayor de Andreu, que también vivía para matar soldados en aquel juego. Era a principios de 2012 y las dos almas gemelas trabaron una intensa amistad, aunque Fran quería algo más y el mallorquín tuvo que pararle los pies. Su amigo encajó el golpe, pero siguió perdidamente enamorado de él.

El 26 de junio todo cambió. Fran, tímido, apocado, llegó a Mallorca para pasar unos días en la lujosa finca de Alaró de su amigo. La relación de ambos con el empresario, esos días, fue complicada. Andreu padre se quejaba amargamente de que se pasaban el día enganchados a la Play (hasta catorce horas diarias) y quería que trabajaran. El día 28, intentaron por primera vez quitar de en medio al millonario. Ya habían hablado de cómo lo harían, pero el plan les falló. Le metieron cinco pastillas en un bollo y cuando Andreu Coll Bennàssar quedó atontado, tras la cena, se lanzaron a por él. Habían entrado en su cuarto y mientras su hijo lo deslumbraba con una linterna, Fran le golpeó con un palo. El empresario, que era una persona de complexión fuerte, pudo defenderse y los dos chicos huyeron escaleras abajo.

Luego, cuando el empresario pidió ayuda a gritos, simularon que buscaban a un supuesto ladrón que se había colado en la finca y más tarde le convencieron de que se había tratado de una pesadilla. Andreu, con todo, no tenía un pelo de tonto y al día siguiente le comentó el episodio a su hermana, un detalle que a la postre fue clave para redireccionar la investigación. «¿Y si quieren hacerme una putada?», llegó a preguntarse Andreu, cuando le relataba lo ocurrido a Margalida. La noche siguiente, sábado, el industrial salió para darle la cena a su padre. Cuando regresó a la finca, los dos jóvenes lo acechaban como hienas, listos para cobrarse su presa.

Lo que pasó en aquella casa fue una auténtica orgía de sangre. Le atacaron en el pasillo y en la escalera, mientras le golpeaban con un arma medieval que habían confeccionado inspirándose en un juego de matar zombis, llamado Dead Rising 2. Se trataba de una especie de palo de béisbol y en la punta le habían clavado grandes pinchos. También usaron un martillo, un marco e incluso una columnata de decoración que había allí. Cualquier objeto era bueno para rematar a Andreu, al que finalmente mataron estrellándole un bafle de música en la cabeza. En total, le golpearon cuarenta veces, hasta destrozarlo. Luego tuvieron la sangre fría de ducharlo y lo metieron en el maletero de su Land Rover, un viejo todoterreno de color blanco con placas de matrícula IB-CT.

La Policía Judicial encontró restos de sangre en la finca de sa Teulera, en Alaró.

Condujeron de noche hasta el Camí dels Cocons, cerca del cementerio de Bunyola, y dejaron el vehículo allí abandonado. A la mañana siguiente, domingo, se descubrió el cuerpo sin vida de Andreu y la Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación. El legendario comandante Bartolomé del Amor capitaneó las pesquisas, apoyado por el veterano forense Javier Alarcón. El tándem, enseguida, descubrió que el crimen no se había producido allí. Faltaba encontrar el escenario del asesinato. Tras aflorar los problemas familiares, los investigadores decidieron pinchar los teléfonos y las conversaciones de Andreu junior y su amigo Fran, que había matado por amor al mallorquín, les condenaron. «Yo creo que tu tía sabe algo», le dijo el zaragozano. «No, Fran, no sabe nada». Luego le advirtió: «No hables de esto aquí».

Pero ya era tarde. Al cadáver le habían robado un reloj Rolex, un valioso anillo de oro y 12.000 euros. Todo ello para simular un robo que nunca existió. La Benemérita, ducha en estos lares, no picó el señuelo. Siguió de cerca a los dos amigos, esperando el momento de detenerlos. Se movían en el potente Audi TT que el fallecido le había regalado a su hijo. Tras el funeral celebrado en Alaró, ambos fueron arrestados. Se habían prometido que no se derrumbarían, pero acabaron confesando. Dos semanas antes, el acaudalado empresario había cambiado el testamento y había nombrado a su hijo Andreu heredero universal de aquella fortuna. A los otros hijos los había desheredado.

El forense Javier Alarcón buscando indicios en el camino donde apareció el cadáver.

Durante el juicio, el mallorquín aseguró que su padre lo ninguneaba y humillaba continuamente, y que por ese motivo decidió matarlo. Y recibir una herencia fabulosa que quería compartir con sus hermanos. Fran, el zaragozano, contó que le había ayudado por amor. Al primero lo condenaron a 17,5 años y al segundo, a 16,5. Andreu nunca se mostró arrepentido. Cuando un abogado le preguntó si quería a su padre, alzó la mirada, que tenía perdida: «Alguna vez. Cuando iba en el coche con él y cuando estábamos en casa del abuelo».