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Hay un libro que debería ser de lectura obligada para Penalva, Subirán y el Grupo de Blanqueo. Es más, el tribunal que los ha juzgado debería incluir en la sentencia que todos ellos están condenados a leer, al menos una vez, La hoguera de las vanidades, obra maestra del periodista Tom Wolfe. Pero como aquí somos un poco raros y no confiamos demasiado en la generosidad de la Justicia, les desgranaremos a los acusados el argumento del genial libro.

Y así les ahorramos tiempo al exjuez y el exfiscal, que están muy ocupados defendiéndose de sicarios enviados por Pablo Escobar. O algo así contaron el viernes, en su turno de última palabra. Un millonario atropella por accidente con su Mercedes a un chico negro y huye, en el Bronx. Va con él su amante. Un periodista huele que hay historia y empieza a indagar, al igual que un fiscal sin escrúpulos, al que solo le interesa medrar (¿A quién me recuerda?).

Cuando cazan al conductor, el acoso mediático y judicial hunden su reputación. Lo entierran en vida. El atropellado, curiosamente, muere solo y olvidado, y es el que menos importa a nadie. Como las decenas de imputados inocentes del ‘caso Cursach’.