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Sabrán, o no, que cuando un militar se viste de faena cambia también de actitud. Parece absurdo, pero el traje sí hace al monje y en este caso, militar, más todavía. Si un teniente va de gala, con entorchados y demás ornamentos cargados de significado, no camina igual, ni su rictus es el mismo que cuando lleva botas y el pecho descubierto listo para la faena. Es lo que ha sucedido con la reina Letizia cuando ha sido vista llegando a Colombia, país acogedor donde los haya, vestida con el uniforme de faena, como era de prever con su look de cooperante, en el que siempre destaca el chaleco rojo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

Como en cada uno de sus viajes, la Señora insiste en convertirse en una más de los cientos de voluntarios que llevan la ayuda de España a otros países, y así lo deja claro una vez más con su indumentaria, botas Panamá Jack incluidas. La Reina se baja de los tacones, se ata fuerte la coleta y se relaja porque se siente útil, valora lo que hace y lo que hacen los cientos de cooperantes y quiere mostrarlo al mundo. Si se fijan no es la misma su sonrisa cuando recorre un cafetal que cuando camina sobre las mullidas alfombras de la real fábrica del palacio real, máxime cuando va tocada con una de las diademas históricas de familia que la identifican como reina titular. Es la misma, y no lo es.

Cuando presenté en Palma el libro de la gran Carmen Enríquez y el gran Emilio Oliva, dedicado a doña Sofía, me llamó la atención la salvación emocional que habían supuesto estos viajes para la entonces soberana de España. Sus hijos habían volado, su papel como Reina en solitario estaba aún por definir, pues se había dedicado hasta entonces a la familia en cuerpo y alma, a la Institución, y de repente llegó el vacío.

Vacío que llenó recorriendo el mundo como hoy lo hace su nuera, dando sentido práctico al oficio de reinar más allá de las galas glamurosas y, lo más importante, sentir que daban, que dan lo mejor de sí mismas durante esos días dedicados a apoyar a quienes más lo necesitan, en este caso, dando calor humano a los cooperantes, que viven su profesión desde la vocación y en muchas ocasiones jugándose la vida.