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El rey Felipe VI ha dado la campanada en Wimbledon, la cuna del tenis elegante. Al parecer los redactores de la revista Tatler, un clásico de toda la vida, han descubierto que nuestro rey es un hombre que viste bien, que es elegante y supera con mucho a algunos royals de su generación y fue, tal descubrimiento, durante la final maravillosa que disfrutamos el pasado domingo con el triunfo del gran Carlos Alcaraz, que ha enamorado al mundo.

Esta mención, de la que se han hecho eco medios de todo el mundo, no es una mención cualquiera. Que se considere a nuestro rey digno de figurar entre los hombres que mejor visten del planeta es lo que los ingleses, grandes expertos e inventores del marketing, llaman diplomacia blanda. Un buen ejemplo de esa diplomacia que los coloca en el primer lugar del ranking de las familias reales del mundo es su empeño en conservar tradiciones y boatos, y dar al mundo una imagen impoluta y organizada incluso cuando el país se hunde por el motivo que sea.

Los británicos se hunden cada dos por tres, cosa que no nos ocurre a nosotros. Sus escándalos son superiores en mucho a los de nuestra real familia, incluso mucho más perversos, si se me permite la expresión, pero su saber diplomático es capaz de hacérnoslo olvidar con cualquier look de Catalina Windsor, de soltera Middelton, la nueva princesa de Gales, siempre impecable, como si llevara la sangre de la reina María de Teck, abuela de Isabel II. En ese sentido don Felipe tiene mucho de esa parte de la familia griega con origen alemán que reina en toda Europa y que fue educada en el estoicismo y la frugalidad.

A los españoles nos ha dado el mejor de los ejemplos. Doña Sofía, que es como era su prima Isabel, y Felipe parece haber heredado ese carácter aparentemente tranquilo pero con mando en plaza, y duro de pelar. Menudo aguante tiene Su Majestad, ha tenido oportunidad de demostrarlo durante los últimos años sorteando bombas lanzadas desde su propio gobierno. Eso precisamente es lo que les da elegancia, no la ropa que llevan, o lo guapos que sean, y don Felipe lo es. El hábito no hace al monje, y mucho menos a un rey, pero ayuda a proyectar una imagen de país que nos conviene a todos.

A Su Majestad el rey de España solo le pongo un pero: su estilo confuso cuando viste de sport. Ahí debería arriesgar, deshacerse de esos zapatos incomprensibles y de los vaqueros tubo y de cintura alta que no le favorecen en absoluto. Señor, pásese a los chinos y verá cómo le cambia la vida. Por lo demás sus trajes son impecables, repite corbatas a menudo, algo muy bien, y de uniforme rompe la pana. Si, el Rey es uno de los grandes, y lo sabíamos, pero han venido de fuera a recordárnoslo. Como siempre.