Bartomeu Mestre conoce el uso exacto de los adjetivos y habla con rotundidad, no falsifica la historia. | Teresa Ayuga

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La Nostra Terra fue fundada en 1928 gracias, en parte, al tesón de Miquel Ferrà (Palma, 1885-1947) y de Joan Pons i Marquès (Sóller, 1894-Palma, 1971). Nace con el antecedente del «Almanac de les lletres» y bajo los auspicios de la Associació per la Cultura de Mallorca. En acertada precisión de Bartomeu Mestre, «La Nostra Terra» será un semanario más que apolítico, apartidista. La relación de colaboradores es amplísima. Entre los más habituales figuran intelectuales como Josep Carner, Guillem Colom, Jaume Busquets (quien, según Mestre, fue el corrector ortográfico y de estilo de Mort de Dama), Miquel Massutí, Ventura Gassol, Octavi Saltor, Antoni i Maria Antònia Salvà, Miquel Serra Pastor, Maria Mayol o Joaquim Verdaguer. Al margen de la presencia de algunas firmas de peso ancladas en el regionalismo emocional de los almendros en flor que dio pie a las burlas de Villalonga, el objetivo común de todos ellos era la curiosidad intelectual y la universalidad de su pensamiento. En «La Nostra Terra» se condensa la epopeya de un pueblo. En sus 4.500 páginas se palpa la existencia de una sociedad, infinitamente más cohesionada y más vital que la actual y con una altura de miras envidiable. No surge de la nada. Desde mediados del siglo XIX proliferan los intentos por asentar las bases que permitan el resurgimiento de un colectivo con identidad propia, dueño de sus sueños y de sus retos. Sin embargo, cuando el castillo de naipes está a medio construir, se derrumba de un manotazo. La reinstauración monárquica, después de la experiencia de la I República, supuso un manotazo. Y otros tantos manotazos fueron el maurismo, la dictadura de Primo de Rivera y la caída de la II República con la llegada de Franco al poder. En los pequeños espacios de libertad que se dan entre dictaduras o retrocesos sociales, surge un pueblo que abandona el autoodio y se reconstruye a sí mismo. «La Nostra Terra» es el mejor ejemplo de ello.

Le digo que «La Nostra Terra» vio la luz en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera. Me responde:
Bartomeu Mestre.- No era el momento más apropiado, es cierto. Pero esta misma pregunta nos la podríamos plantear a nosotros mismos, porque sabemos que los momentos de mayor ebullición cultural de las últimas décadas coincidieron con el final del franquismo. Lo cierto es que en los años
anteriores a la proclamación de la República había auténtica hambre de cultura.
Llorenç Capellà.- Desde el punto de vista ideológico ¿qué fue «La Nostra Terra»?
B.M.- Una revista plural. La mayor parte de los colaboradores literarios fueron de tendencia conservadora. En cambio, los científicos, eran claramente de izquierdas. En Mallorca había tres focos potentes de intelectualidad: la Escola Normal, el Institut Oceanogràfic y la Societat Arqueològica Lul·liana. De uno u otro proceden intelectuales del peso de Andreu Crespí o Emili Darder. O de Miquel Massuti, Odón de Buen... Todos ellos, en mayor o menor grado, serían represaliados por el franquismo.
L.C.- ¿Cómo calificamos la colaboración en otros campos?
B.M.- De progresista. Ernest Maria Dethorey fue quien más escribió sobre arte. Por aquellos años, aún joven, ya había sido recibido dos veces por Picasso. Estaba al día, era inteligente... Pero había otros de su valía. Guillem Forteza publicó un completísimo estudio sobre Le Corbusier, en unos momentos en que Le Corbusier era lo más avanzado en arquitectura y urbanismo. Y respecto a la música, hay trabajos sobre Stravinski, Béla Bartók, Pau Casals... Se contaba con Baltasar Samper, Joan Maria Thomàs...
L.C.- ¿En conclusión...?
B.M.- Nos hallamos ante un semanario con un apartado poético mejorable, aunque hay colaboraciones literarias magníficas. La traducción de Joaquim Verdaguer, de Rudyart Kipling, por ejemplo. O la de Miquel Serra Pastor, de Gorki... Bernhard Kellerman publica en «La Nostra Terra» en el treinta y dos, un año antes de que los nazis echaran al fuego su novela, 9 de novembre.
L.C.- ¿Dónde nace el odio de Llorenç Villalonga hacia todo lo que representa esta revista?
B.M.- En su anticatalanismo visceral. La acusó de caduca, de rancia... En realidad, yendo contra «La Nostra Terra», no hacía más que expresar sus frustraciones. Aunque no fue el único que odió lo que la publicación representaba. ¡Fueron tantos...! Josep Vidal Isern, desde las páginas del «Sóller», en plena Guerra Civil, pide mayores castigos para quienes habían firmado la Resposta als catalans. Y, anteriormente, uno de sus hermanos, Antoni, desde la revista «Mallorca», también se había pronunciado en el mismo sentido.
L.C.- Los Vidal Isern procedían del carlismo.
B.M.- Y derivaron hacia el franquismo más casposo, exceptuando a Jaume, el otro hermano, que vivió la guerra en Madrid y tuvo que exiliarse a Méjico. Era un catalanista, un demócrata... Así que cuando Josep Vidal Isern pedía mayores castigos para los firmantes de la Resposta, también los pedía, de manera metafórica, para Jaume. Qué barbaridad.
L.C.- Anteriormente se ha referido a la pluralidad ideológica de los colaboradores de «La Nostra Terra».
B.M.- Fue una de sus peculiaridades. Ahora no sería posible nada parecido. En la sociedad actual priman las cobardías y los silencios. Y la cobardía propicia la traición.
L.C.- ¿Y el silencio...?

El silencio lo mata todo. Equivale a una siembra de sal sobre la memoria. Y vivimos entre silencios. La reinstauración borbónica no es más que la legitimación democrática de la Dictadura.”

B.M.- El silencio lo mata todo. Equivale a una siembra de sal sobre la memoria. Y vivimos entre silencios. La reinstauración borbónica no es más que la legitimación democrática de la Dictadura. Franco se alza en armas contra la República, y reinstaura la Monarquía que la República había derrocado a través de las urnas. Por favor ¿de qué democracia hablamos...?
L.C.- Usted se refería al silencio como arma al servicio del olvido...
B.M.- De acuerdo. Fíjese: la reedición de «La Nostra Terra» supone la puesta en circulación de una de las obras más trascendentes del siglo pasado. No obstante, IB3 no le ha dedicado ni un segundo. ¡Ni siquiera envió las cámaras para cubrir el acto de presentación! Claro que tampoco asistió ningún político. O sea, que se la ha castigado con el silencio. Lo que se ignora no existe. El autoodio comienza por el silencio.
L.C.- Dígame ¿fue una publicación de Països Catalans?
B.M.- Por supuesto. Entre sus colaboradores habituales estaban Joan Chabàs y Navarro-Borràs, de València; Francesc de Borja Moll, de Menorca; Marià Villangómez y Picarol, de Eivissa; Carner y Ferran Soldevila, de Catalunya. Y hubo extranjeros: Francis de Miomandre, Harri Graff Kesller...
L.C.- Hábleme de sus impulsores.
B.M.- Básicamente fueron Miquel Ferrà y Joan Pons i Marquès. Y aunque en algunos momentos pudo tener déficit, en enero del treinta y seis ya se había superado. ¿Se imagina...? Estamos hablando de un semanario de ciencia, literatura y arte que se autofinanciaba... Únicamente en Felanitx había más de cincuenta suscriptores.
L.C.- Ahora es impensable.
B.M.- Usted dirá. Y tenemos la UIB que, en teoría, tiene que ser un centro de consumo cultural. Y las instituciones, aportando dinero para proyectos que nacen muertos... El reculón, en cultura, es manifiesto. Y, en cierta manera, es explicable. No se ha ventilado el solar. Desde la Dictadura, digo. Y se perpetúan los silencios, la hipocresía social. Los que combatían «La Nostra Terra», aún son intocables. Llorenç Villalonga es un claro ejemplo de blindaje contra todo. ¡Si los hay que se niegan a admitir que fue un fascista de tomo y lomo...! Ya en el año veintiocho, en «El Día», Josep Artigues Riera le acusó de ser un anticatalanista que fomentaba el racismo y el autoodio.
L.C.- ¿Quién fue Josep Artigues...?
B.M.- Apenas sé nada de él. Publicaba en «La Nostra Terra» y en «Ciudadanía», el órgano de Esquerra Republicana. Luego, en el cuarenta y cuatro, localizo un artículo suyo en «Per Catalunya», la revista de los catalanes exiliados en Francia. Y ahí se pierde su rastro. Nadie lo conoce. Desapareció
L.C.- Volviendo a Llorenç Villalonga, en los años setenta la intelectualidad catalana quiso ignorar su biografía política.
B.M.- Es evidente. Se necesitaban mitos y él daba el perfil. Algunos de los que lo auparon, como Jaume Vidal Alcover, creyeron que prestigiaría nuestra literatura. Y, bueno, su obra tiene una proyección indudable. Pero fue un fascista. Y un racista. Me remito a sus artículos defendiendo a Hitler y a Mussolini o denostando a los árabes. Por si fuera poco, en el treinta y seis formó equipo con su hermano, Miquel, con Tamarit y Lluís Zaforteza. Los cuatro se cebaron en los colaboradores de «La Nostra Terra».
L.C.- Exceptuando Llorenç Villalonga, los otros tres eran militares.
B.M.-Y hay otra coincidencia. Los tres buscaron excusas para no ir a la guerra. El general Fernández de Tamarit tenía que estar al lado del general Silvestre cuando, en Àfrica, se produjo el llamado Desastre de Annual. Murieron varios miles de soldados. El día antes, Tamarit había alegado unos problemas en la visión para que lo mandaran a la retaguardia. ¿Continúo...?
L.C.- Sí.
B.M.- Zaforteza se viene a Mallorca de vacaciones. Estaba en Àfrica y gestiona su traslado a una plaza más tranquila. Dado que no se lo conceden, se da de baja de la escala activa para no regresar a Melilla.
L.C.- ¿Y Miquel Villalonga?
B.M.- Después de vaciarse aquí, en Palma, escribiendo panfletos burlescos contra la gente de «La Nostra Terra», considera que ha hecho suficientes méritos para que Franco lo nombre su jefe de prensa. Así que viaja a Burgos dispuesto a esparcir por otras tierras el veneno que había esparcido aquí. Pero, contra todo pronóstico, Franco lo envió a las trincheras.
L.C.- ¿Y...?
B.M.- No llegó a entrar en combate. Le dolían las piernas. Naturalmente, este problema no le impidió seguir azuzando el aparato represivo contra ciudadanos indefensos. A Emili Darder se le acusó de catalanista y de ser uno de los firmantes de la Resposta als catalans. Murió fusilado.
L.C.- La Resposta als catalans fue un acuse de recibo al Missatge als mallorquins.
B.M.- Así es. El Missatge había sido impulsado desde Catalunya y reivindicaba los lazos históricos, culturales y lingüísticos entre tierras hermanas. Lo firmaron intelectuales del prestigio de Clementina Arderiu, Pompeu Fabra, Joan Lluís Sert o Carles Riba; políticos como Lluís Companys, y un largo etcétera de profesionales y representantes de instituciones culturales y cívicas. De todas formas, el auténtico ideólogo del Missatge fue un mallorquín, Antoni Maria Sbert.
L.C.- ¿Entonces la iniciativa partió de Esquerra Republicana...?
B.M.- Más bien de gente de Esquerra. Pero también se implicó la derecha. Cambó y otro mallorquín, Joan Estelrich, lo acogieron como cosa suya. También jugó un papel importante Miquel Ferrà, que dirigía en Barcelona la Residència d'Estudiants...
L.C.- Missatge y Resposta se dan a conocer en el treinta y seis.
B.M.- Pese a los nubarrones que anunciaban guerra. Algunos de los firmantes presentían la tormenta. En el número de mayo del treinta y cinco, aparece, en «La Nostra Terra», la opinión de un joven abogado, Antoni Alomar. Afirma, Alomar, que la libertad y la cultura son incompatibles con el fascismo. Impresiona leerlo sabiendo lo que pasó.
L.C.- Sí.
B.M.- Un año después, en mayo del treinta y seis, Miquel Ferrà escribe, desde Barcelona, a Joan Pons i Marquès.Y se congratula de que el Missatge als mallorquins haya sido capaz de unir a intelectuales tanto de derecha como de izquierda. Pero advierte: Això, si no surt un dictador fascista quan menys ens ho esperem, i ho envia tot en l'aire com els títeres de maese Pedro!
L.C.- Llorenç Riber no firmó la Resposta.
B.M.- Se negó. Primo de Rivera ya le había nombrado como nuevo académico de la RAE y era un asiduo colaborador de Acción Española, el órgano de la derecha golpista. Gabriel Alomar apoyó su entrada en la RAE para impedir la nominación de mossèn Antoni Maria Alcover. Y lo lamentó. Según palabras suyas, se había opuesto a un radical para apoyar a un fascista.
L.C.- Ya en plena represión, una parte importante de los mallorquines se arrepintieron públicamente de haber firmado la Resposta.
B.M.- Es lógico. Les iba la vida en ello. La carta de arrepentimiento fue publicada a mediados de setiembre del treinta y seis. La había redactado Miquel Ferrà y la firmaron ciento siete de los ciento cincuenta y tres que habían saludado alborozados el Missatge. Fue, la suya, una reacción humana. Aún así, continuaron las humillaciones y las amenazas.
L.C.- ¿De parte de los de siempre?
B.M.- De los de siempre. Los hermanos Villalonga, Tamarit, Vidal Isern, Josep Enseñat Alemany...
L.C.- Seguro que entre los firmantes hubo cambios de camisa.
B.M.- Y espectaculares. El arqueólogo y abogado Lluís Amorós llegó a formar parte del Tribunal de Responsabilidades Políticas. Un día le visitó un conocido de los tiempos de «La Nostra Terra» para pedirle que intercediera a favor de un condenado a muerte.
L.C.- ¿Y...?
B.M.- No solo le recriminó su debilidad, sino que amenazó con denunciarle. Y en castellano. En unos meses se había olvidado del catalán.
L.C.- Lo creo.
B.M.- ¡Imagínese, con qué desesperanza debió de abandonar el despacho, aquel pobre hombre...! La mayoría era gente de paz, estudiosa...
L.C.-...
B.M.- Gregori Mir advertía que el único pecado de los colaboradores de «La Nostra Terra» había sido el de creer en la fuerza liberadora de la cultura.
L.C.- ¿Y qué ha de suponer, ahora, la reedición?
B.M.- La posibilidad de bucear en una fuente de sabiduría. Estoy convencido de que acabará convirtiéndose en punto de partida de futuros estudios. Pese al silencio con que ha sido recibida. Pese a todo. Pese al neofranquismo que aún nos siembra de sal la memoria.