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Abrir las páginas del último libro de Carlos Garrido es desempolvar los cajones del recuerdo. Hoy en día, cuando uno ya no conoce ni el nombre de los vecinos de su edificio, ahora que vagamos por calles repletas de rostros anónimos, recordamos -gracias al siempre admirado Garrido-, las poses de Andrés Ferret, las muecas sibilinas de Tófol Serra, las expresiones verbales de Gabriel Llompart o los ojos bálticos de Murray, y así de hasta una treintena de personajes de aquella Palma que un día existió. Garrido y su inconfundible fisonomía y cariz, conforma también la radiografía sentimental de la Palma de la calma.

Los personajes que retrata a tinta Garrido los ubicamos en librerías, tiendas o bares que desaparecieron para dejar hueco a las luces de neón de anodinos edificios o impersonales negocios. Fue en la biblioteca de Can Sales, donde Carlos Garrido presentó su libro Palmesanos, gente que conocí en ciutat, acompañado de Paquita Capó de aquel entrañable bar Martín.

El deseo de recuperar los vestigios de lo que fuimos reunió, a pesar de la lluvia, a más de un centenar de personas en la presentación.