Un tártar de salmón 'new style'.

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Izakaya es el nombre con el que denominan en Japón a las tabernas tradicionales a las que los nipones acuden para comer y beber algo y pasar un buen rato tras finalizar su jornada laboral. En la calle Espartero de Palma, cerca de la plaza del Progreso, está ubicado este restaurante que, con una decoración sencilla pero acogedora, recuerda a esos lugares de los que ha tomado prestado el nombre. Izakaya, que montó hace unos años el emprendedor Daniel Celis, es una casa de comida japonesa de alto nivel. Aúna calidad con una presentación cuidada y un servicio excelente, siempre atento y solícito, que proporciona un asesoramiento que se agradece. Pero, además, lo que convierte a esta taberna en un lugar diferente es la calidad de su producto y, sobre todo, el dominio de los cortes que realiza Masashide Ozawa, un maestro en el complicado arte del manejo de los cuchillos y en los misterios de la cocina nipona. Los propietarios de Izakaya contrataron a este experimentado itamae con cuatro décadas de experiencia a sus espaldas, y su trabajo en la cocina –apoyado por Carlos Piedrabuena– aporta la impronta diferencial a este local.

Lo hemos podido comprobar en varias ocasiones, tanto en los platos para llevar que nos prepararon hace unos meses –el servicio de take away está sujeto a la disponibilidad que les deja su creciente demanda–, como en la última visita que hicimos a finales de octubre. En ambos casos, la impresión ha sido muy satisfactoria, con una factura final no precisamente baja, pero justificada, habida cuenta de la calidad del producto –particularmente de los pescados– y la maestría de su elaboración. Una cena de cinco personas posibilitó probar y compartir algunas de sus creaciones más sugerentes y representativas, bien recomendadas por los camareros, y en raciones abundantes. Usuzukuri (láminas muy finas) de toro de atún (36,90 euros), y de hamachi (pez limón) (32,90 euros), tiernísimos y elegantemente presentados. Unas muy sabrosas gyozas ebi de langostinos y verdura (16,20 euros); un tartar de salmón, cortado a cuchillo, con aguacate, salsa de maracuyá y huevas de pez volador y salmón con láminas de arroz de vistosa resolución (23 euros). Niguiris de toro y salmón (39 euros), también sabrosos, aunque menos impactantes; y muy particulares los niguiris de anguila (12 euros, dos unidades). Uramaki relleno de vieiras (23,5 euros), y crujiente futomaki (rodajas gruesas de sushi rellenas de salmón, atún y aguacate) envuelto en tempura (23 euros). De postre, un brownie de té (8,5 euros), muy delicado.

Con un par de cervezas Sapporo (3,90 euros cada una), agua y dos botellas de Altos de Torona, godello que maridaba muy bien con esta comida (27 euros la botella), e invitación a unos vasitos de sake, 57 euros por comensal. Los precios de los vinos, altos sin ser excesivos. Y en su oferta de bodega, algunas sorprendentes botellas, como un Tenuta San Guido 2017 de la bodega Sassicaia, y un Tenuta Ornellaia 2003, de la casa Masetto, que tienen en carta nada menos que a 1.800 euros. Amplia selección de sakes y de wiskis nipones. Muy buen restaurante y una magnífica experiencia de comida tradicional japonesa de alto nivel.