Leemos en una de tantas aventuras del genial detective londinense que «tal como yo había esperado –contaba el doctor Watson–, Sherlock Holmes estaba haraganeando en su sala de estar, cubierto con un batín, leyendo la columna de sucesos del Times y fumando su pipa antes del desayuno, compuesta por todos los residuos que habían quedado de las pipas del día anterior, cuidadosamente secados y reunidos en una esquina de la repisa de la chimenea. Nos recibió con su habitual amabilidad tranquila, pidió más tocino y más huevos y compartimos un sustancioso desayuno. Al terminar nos instaló en el sofá, y puso al alcance de la mano de sus visitantes sendas copas de brandy con agua… Hatherley, que había sido previamente atendido por Watson, dijo sentirse otro hombre desde que el doctor había vendado sus heridas y agradeció el desayuno que había completado su cura…».
Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes y unos huevos al nido en Baker Street
Conan Doyle, que alcanzó, con su personaje, una inmensa popularidad, hizo escuela en el género
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