Calamar relleno sobre ‘risotto’ crujiente de limón y romero.

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Gradisca es uno de los personajes más recordados de Amarcord. Mito erótico de los jovencitos que aparecen en la película en la que Fellini plasma su propia biografía. Gradisca es el apodo con el que era conocida la bella Ninola, y éste es el nombre que Claudia y Roberto eligieron en 2020, casi coincidiendo con el comienzo de la pandemia, para su taberna italiana, montada en una calle cercana a la plaza de toros palmesana. Ella de Faenza –célebre por su cerámica– y él de Rimini, habían recalado antes en Eivissa, pero la isla pitiusa se les quedó pequeña y decidieron dar el salto a la isla mayor. Encontraron el local que había albergado a un restaurante chino, y montaron esta taberna con la que quisieron rendir homenaje a su querido Federico Fellini poniéndole ese nombre. Nada casual, porque Roberto, como Fellini, es de Rímini, y como el director de cine, también salió de la Emilia Romaña para descubrir mundo.

En Ninola, la pareja se basta para dar de comer –muy bien– a una clientela mayoritariamente autóctona, que ha descubierto las delicias de una cocina artesanal donde prácticamente todo –salvo los helados– lo elaboran ellos. Casi un milagro, que gestionan magníficamente y con una amabilidad y simpatía envidiables. Para poder ser fieles a esta filosofía, su oferta es limitada pero original, sabrosa y muy bien ejecutada. Su inspiración es la de la cocina tradicional, particularmente de su zona de procedencia, con alguna concesión a platos de inspiración mediterránea. Media docena de entrantes para picar, otros tantos de atractivos platos de pasta casera, y algunos de carne o pescado. Y lo mismo se puede decir de los postres. Todos los platos son generosos, y es recomendable pedir varios, compartirlos y degustar mejor la cocina de esta casa.
La carta es atractiva de principio a fin, de las que prácticamente apetece todo.

Nos dejamos asesorar y empezamos por un petit choux de sabor mediterráneo, un delicado brioche vegetariano relleno de finas láminas de calabacín, encurtidos, tomates secos, olivada y queso fresco, intenso y delicioso de sabor (6,5€). Y un pequeño guiño a la cocina de las Islas con una coca de higos, queso gorgonzola y sobrasada, ligera y nada invasiva (10€). Nos tentó probar los huevos con frito de espinacas, parmesano y balsámico. No era el caso, porque donde queríamos realmente centrarnos era en las pastas, todas ellas hechas en la casa y apetecibles. Y, por orden de satisfacción entre nuestros comensales, el primer puesto se lo llevaron –destacados– los ravioli de cebolla caramelizada, salsa de parmesano y reducción de Jerez, con un delicioso toque dulce que nos cautivó.

También muy atractivos los gnocchi de sémola rellenos de calabaza con mantequilla de anchoas y almendras tostadas, que conformaban una mezcla especial. Y el tercer plato de pasta que probamos fueron unos strozzapreti (curioso nombre que significa ‘asfixia curas’), de forma muy irregular, porque están hechos a mano, que ligaban muy bien la salsa del ragú de rabo de toro que les acompañaba. Muy sabroso, aunque nos impactó menos que los primeros (14,5€ cada plato de pasta).
Compartimos también una burrata a la parmigiana, menos original, que se deshacía en boca, con una soberbia salsa de pesto de intenso color verde y berenjena asada; y, como plato principal –aunque todos podrían haberlo sido–, disfrutamos de un espléndido calamar a la parrilla relleno con sus propias patas, sobre una deliciosa costra de risotto tostada en sartén, crujiente y con el original sabor que le imprimía el limón y romero. Un calamar grande, perfectamente marcado en rodajas, ideal para compartir. Éramos cinco y fue suficiente para apreciar la potente textura del cefalópodo y de su relleno (19€).

En una nueva visita, pude probar –me había quedado con ganas la primera vez– una aguja de cerdo ibérico en porchetta y verduras de otoño picantes, melosísima (19€).Dejamos un hueco para probar sus postres caseros. Buen tiramisú; delicada la espuma de mango, yogur y frambuesa, muy ligera, y delicioso el bunet con amaretti, típico del Piamonte (5,5€ cada postre). Vinos sencillos a buen precio. Taberna italiana, sin pretensiones, donde tanto la comida como quien la prepara y sirve son magníficos.