Muaré es una cantina diferente en Pere Garau, que gustará a los aficionados a una cocina sencilla, natural y sana

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A Maribel y Alejandra Bordoy deberían nombrarles embajadoras de Pere Garau. Desde que en 2019 abrieron Muaré taberna mediterránea, no han parado de ensalzar en los medios las particularidades de este barrio que alberga al mercado más genuino de Palma, y donde las dos hermanas, junto a su marido y cuñado, Imad Bomouche, han iniciado esta aventura gastronómica que se añade a su inquieta y febril actividad profesional: una dinámica galería de arte al lado de Es Baluard, y otros proyectos en ciernes en este barrio multiétnico que han acogido –y les ha acogido– como propio.

Emprendieron la actividad culinaria mitad como experimento, mitad como negocio, con el objetivo de traer a la capital palmesana retazos de la rica y sana gastronomía de Marruecos y, por extensión, del mediterráneo africano. Muaré, en la esquina de dos calles próximas al mercado, tiene amplios ventanales, un interior luminoso con mesas de madera, sillas de cordajes artesanales y una decoración en la que alternan obras de creadores con los que las hermanas Bordoy tienen relación. Tras la barra, destacan unas preciosas vasijas de Pòrtol, de Pere Coll, sobre unos paneles de azulejos verdes y azules de Huguet, y unos vistosos abanicos de colores colgados del techo y elaborados también artesanalmente. Todo sencillo en este local austero que combina revestimientos de madera con pilares y paredes en las que se han dejado al descubierto materiales sin pintar.

Desde hace unas semanas, han dado un giro al local, eliminando parte de las mesas pequeñas y colocando en su lugar otras corridas con sillas altas para propiciar un ambiente más acogedor e informal. Tras el parón de la COVID –apenas unos meses después de haber abierto–, no les quedó más remedio que reinventar su modelo, y pusieron en marcha su servicio de venta a domicilio, que les ha permitido sobrevivir y se ha convertido en la base de su negocio. Aquí, la comida es sana, fundamentalmente vegetariana, con alguna concesión –mínima– a la carne, que como todo el resto de ingredientes, proceden del mercado de Pere Garau.

La carta es bastante corta, y se puede comer a base de entrantes –mayoritariamente fríos–, como un magnífico hummus casero, el muttabel de berenjenas ahumadas, la taktouka de pimientos asados, acompañados de excelente pan integral libanés, o los clásicos tabbouleh, tzatziki de pepino, yogur y eneldo; o la fresca y sabrosa ensalada de zanahoria, naranja y granada. Como entrante caliente, excelentes falafel rellenos de garbanzos molidos, perejil y especies, que acompañan de salsa de yogur agrio.

Para quienes prefieran algo más contundente, lo ideal es elegir algunos de los platos que combinan muchos de los elementos distintivos de esta gastronomía afro-mediterránea. Nosotros probamos los denominados Marrakech y Orán: una misma base de arroz basmati Mujjadarah con puerros y cebollino, acompañado por un estupendo hummus con granada, tabbouleh, albóndigas de ternera y salsa de tomate, en el primero, y tajine de pollo al limón en el segundo. En el denominado Damasco, sustituyen el componente cárnico por falafel casero. Cada uno a 16,9€, aunque ofrecen también raciones medianas. Una variación del menú es optar por los poke, cuencos en los que el cliente elige su base de arroz, cuscús o tabbouleh, cualquiera de las verduras de los entrantes, más algunas otras, como el calabacín o las berenjenas fritas, y lo completa con proteínas (albóndigas, pollo o falafel).

Como postre, tomamos una rica mousse de chocolate y ralladura de naranja, y una ligera mahalabia, natillas libanesas de leche con limón (4€), que sirven en unos vasos de plástico que no encajan con su filosofía y que deberían sustituir. No hay vino ni bebidas alcohólicas. Sólo refrescos caseros, como limonada con menta y jengibre, una excelente de granada, lima y hierbabuena (4,5€). Y delicioso té de menta. Cantina diferente, que gustará a los aficionados a una cocina sencilla, natural y sana.