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Can Catlar, casa señorial también conocida con el nombre de Cal Marquès del Palmer, se levanta en la calle del Sol, n. 7, de Palma. Dicen las notas históricas que la antigua casa de los Lloscos, barones de Bunyolí, pasó a Agnès Abrí, quien firmó la compra ante el notario Guillem Salvá el 21 de marzo de 1429; su marido, Pere Descatlar y de Santacoloma, más tarde sería «Senyor de la Bossa d’Or» y maestro de la Seca o fábrica de moneda de Mallorca, factoría situada en una casa adyacente, con portal mayor abierto en la actual plaza de Sant Francesc.

Can Catlar constituye, posiblemente el monumento civil más importante del Renacimiento de Palma, gracias a la aportación escultórica de su fachada. Ramon Medel reseña este frontis en 1849: «La fachada conserva aún la primitiva forma apareciendo a la vista del curioso observador como uno de aquellos edificios solares o como un alcázar feudal. Toda ella es de piedra de sillería con ventanas del siglo XVI adornadas con columnas, cariátides, arabescos y blasones». Efectivamente, en dos ocasiones podemos ver el escudo del linaje Catlar o Dezcallar: un perro «en là» o rampante, curiosa muestra de heráldica perlante. Hacia el año 1880 el Archiduque Luis Salvador dice del inmueble: «La maravillosa casa del Marqués del Palmer, con su preciosa fachada, la más bella de la ciudad, toda en el más puro estilo del renacimiento; sus ventanas son todas similares en general, pero difieren en sus detalles».

El mensaje iconográfico de las cinco grandes ventanas rectangulares de la planta noble es espectacular. Se construyeron en el año 1556, según reza una inscripción conservada en la ventana situada más a la derecha: "Any 1556 se feren les finestres a XX juyn", producto de la reforma promovida por Pere Abrí-Descatlar y de la Cavalleria, señor de la Bolsa de Oro. Son de estilo renacentista y, tipológicamente, muestran una división interior cruzada por un mainel o pareluz (vertical) y un travesaño o larguero (horizontal). Ornamenta las aberturas un magnífico conjunto de relieves esculturados que representan figuras antropomorfas de fantasiosa factura; el objetivo ornamental se ha logrado plenamente, pero el mensaje es muy críptico, completamente desconocido para la inmensa mayoría de personas que pasan por delante. Si nos fijamos bien, luchando contra la estrechez de la calle, captaremos una buena muestra de imágenes, algunas de las cuales transmiten una sensación inquietante: un repertorio del bestiario y otros animales fabulosos, como leones y esfinges, personajes transexuales, demonios o máscaras y carazas atormentadas, que gimen de dolor... incluso un personaje estrangulado por una serpiente. También hay grutescos, angelotes o amorcillos y personajes mitológicos como Hermes (Mercurio)... Como culminación de este conjunto artístico y ornamental, en lo alto de cada ventana de la misma planta noble, hay un medallón artísticamente trabajado. Representan, alegóricamente, las virtudes atribuidas al caballero; si miramos de izquierda a derecha, a pesar de la altura, podremos llegar a identificarlas: Templanza, Caridad, Piedad, Prudencia y Fortaleza. Se trata, por tanto, de las cuatro virtudes cardinales (con la Piedad en lugar de la Justicia), más la Caridad, que es una de las tres virtudes teologales.

Puestos a observar, a pesar de las limitaciones, intentaremos realizar una descripción ventana a ventana. El primer medallón virtuoso representa la Templanza (una joven con una copa en la mano): pide moderación en la comida y en la bebida. Debemos decir que, habitualmente, la iconografía medieval y renacentista muestra la templanza como una mujer con una jarra que vierte agua dentro de la copa de vino, para aguar el líquido más excitante o evitar los peligros del exceso de alcohol. La Templanza vence al pecado capital -o vicio- de la gula. En el tercio inferior de las jambas de la ventana, unos angelitos o serafines parecen tener atados a unos demonios, con caras destempladas. Debajo del alféizar de la ventana, se alinean tres cabezas de león; semejantes fieras salvajes podrían ser un símbolo de las virtudes más enérgicas: la Templanza y la Fortaleza, ya que ésta última, en la ventana correspondiente, también muestra el repertorio de las tres cabezas de leones. Sin embargo, no descartamos que quisiera representar el vicio del apetito animal, contrario a la Templanza.

El segundo medallón representa a la Caridad (una joven que cuida de dos niños pequeños). La Caridad vence al pecado capital -o vicio- de la envidia. Es el único medallón identificado textualmente, ya que muestra la inscripción: "CHARITAS + DE SUPRA". En el tercio inferior de las jambas, unos rostros malcarados quizás representen la envidia. En la parte más baja, bajo el alféizar, un hombre barbudo, un ángel velado -quizás-, y otra testa masculina cierran el espacio.

El tercer medallón representa a la Piedad (una mujer joven, velada, con las manos juntas en actitud de rezar); sus contrarios serían la impiedad y la irreverencia. Llama la atención, en el tercio inferior de la izquierda, un personajes transexual (con barba y prominentes pechos); otro personaje no identificado, aparece en la jamba de la derecha. Debajo del alféizar, una testa atormentada, con gesto de dolor, se representa a la izquierda; un angelito o serafín se sitúa en el centro y un Mercurio (con alas en el casco o yelmo) cierra el repertorio.

El cuarto medallón representa a la Prudencia (una joven con un espejo en una mano y una serpiente en la otra); dicen que mata a la serpiente de la ignorancia. Dos misteriosas esfinges ocupan los tercios inferiores de ambas jambas y... más misterio aún, estos animales mitológicos se sitúan tapando sendas personas, encima de la respectiva losa. En la parte inferior, a la izquierda parece que tenemos a un Mercurio, seguido de un personaje desesperado o sobrecogido, en el centro. Mientras, a la derecha, se ha cincelado una de las representaciones más duras de toda la fachada: un personaje con una serpiente que le está estrangulando. Por los «Emblemas» de Alciato, y eso sin remontarnos al Génesis, sabemos que la serpiente representa el pecado que ataca a la virtud y, por tanto, se apodera de los viciosos hasta que los mata.

El quinto medallón representa a la Fortaleza (una joven que levanta una columna de piedra, rota). Llama la atención que, encima del medallón, aparece la cara de un demonio. A ambos lados, como dice S. Sebastián, hay unos «amorcillos trompeteros». La simbología militar está presente en las jambas (un personaje con escudo, yelmo y espada), que sería una referencia de la fortaleza para la guerra, pero hay también figuras femeninas, a ambos lados de las jambas, con pechos prominentes y, muy duro, con una pata de cerdo entre las piernas, visible ya que se levantan los vestidos ligeramente. Se trata de una referencia, verosímilmente, de la bestialización provocada por la lujuria, uno de los enemigos de la Fortaleza. En el tercio inferior, aparecen sendas representaciones de grutescos armamentísticos romanos. Al final, bajo el alféizar, se sitúan las tres testas de leones, como en la primera ventana, posiblemente recordando la fuerza del león. Inmediatamente hablaremos de otra virtud, relacionada con Fortaleza, que actúa también contra la lujuria: la Fidelidad, situada, precisamente, bajo la ventana que comentamos.

Llegados a este punto, interpretamos que el mensaje iconográfico del conjunto plantea una superposición de las virtudes, ubicadas en la parte superior de las ventanas, en lucha o en contraposición a sus antítesis, los vicios, situados en la parte inferior. Posiblemente nos encontremos ante una fachada inspirada en la Psichomaquia de Prudencio, que posiciona virtudes contra pecados. El mensaje de esta «fachada hablante», plenamente renacentista, se sitúa en la línea defendida por Fernando Checa en la obra Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento: aporta un mensaje muy erasmiano, creando el concepto de ' virtud heroica', que plasma el vínculo entre virtud y milicia, un tema que triunfó en época del emperador Carlos V. Para la representación de este nuevo concepto, se fusionan elementos clásicos profanos con los tradicionales cristianos.

Lucrecia, la heroína romana, en Can Catlar

En el sobredintel de la ventana renacentista de la planta baja de Can Catlar, a la derecha del portal mayor, nos llama la atención un relieve que representa a una mujer en actitud de clavarse una espada en el pecho. Muy probablemente se trata de una representación de la muerte de Lucrecia, patricia de la antigua Roma que se convirtió en símbolo de la fidelidad.

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Una de las muestras de la entrada del clasicismo renacentista en Mallorca, en el siglo XVI, es la moda de los nombres de pila de raíz clásica que hasta entonces eran inexistentes en la antroponimia isleña. Dicen los profesores Maria Barceló y Gabriel Ensenyat: «En concreto, los nombres que documentábamos eran: Lucrècia, Helena –que siendo un nombre cristiano ahora se reiteraba mucho más–, Estácia, Policena, Diana, Troiana, Fedra, Adriana, Cassandra y Prudencia, en lo que se refiere a los femeninos; y en cuanto a los masculinos: Teseo, bastante repetido, Príamo, Marco Antonio, Hipólito y Febo».

La leyenda romana de Lucrecia cuenta que Sexto Tarquinio, hijo de Tarquinio el Soberbio, último rey de Roma (534-509 a. C.), se enamoró de Lucrecia, mujer de un general primo suyo, Tarquinio Colatino. Sexto Tarquinio, decidido a poseer a Lucrecia, envió a Colatino a una expedición bélica, y asedió a Lucrecia; sin embargo, la mujer prefirió suicidarse antes de acceder a las pretensiones de Sexto Tarquinio. El literato menorquín del siglo XVIII, Juan Ramis y Ramis, pone en boca de Lucrecia las siguientes palabras (que traducimos), justo antes de clavarse el mortífero puñal:

«¿Qué más horror para mí que vivir sin honor?

Ésta es la muerte más cruel, ésta es la muerte peor.

Sí, sí concluyamos mi vida desgraciada

y no puedo vivir más viéndome deshonrada.

Yo vivía en el honor, vivía en la virtud:

cese de vivir, pues, cuando todo está perdido.

vida tan infeliç, yo no puedo sufrirla.

mi corazón la aburre y prefiere morir.»

Debido a la acción de su hijo, Tarquinio el Soberbio tuvo que huir de Roma, empujado por una revuelta patricia, dirigida por Lucio Junio Bruto, terminando así la época de la monarquía romana. Entonces se instauró la República y Colatino fue uno de los primeros cónsules. Las crónicas romanas nos sitúan los hechos hacia el año 246 de la fundación de Roma, es decir, en el año 509 antes de nuestra era.