Ejemplo de complicidad

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Querido lector,

Si este periódico me concede un espacio en alguna de sus páginas, me gustaría hablarles de un lugar especial, situado en el sureste de nuestra isla, donde convergen el cielo, el mar y el trabajo humano.

El lugar del que les hablo se trata de las Salinas d’Es Trenc. Un paraje natural único, con unas raíces mallorquinas de un gran valor ecológico, ricas en historia y tradición local. Las salinas se extienden dentro de un Parque Natural de unas 4000 hectáreas, una reliquia medioambiental protegida por la UE de cualquier intento de industrialización y urbanización.

Pero mi intención va más allá de hablarles sobre las diferentes sales que cosechan allí. Sino que me gustaría recordarles a todos los lectores, que aunque este mundo parezca moverse bajo la insistente retórica del progreso, dominado por el apabullante consumismo, la masificación y el ruido, hay aún lugares que a uno le erizan la piel y el alma. Lugares que dan lecciones, que enseñan y hacen recordar el auténtico valor que tienen las cosas, cuando las cuidas y las mimas. Me gustaría hablarles de cómo las Salinas d’Es Trenc son un ejemplo extraordinario de la conexión intrínseca entre el hombre y la tierra, de cómo los seres humanos somos capaces de cooperar y coexistir con el entorno natural, sin tener que irrumpir el fluir constante de la naturaleza. Sino todo lo contrario, entendiéndola, queriéndola y trabajando conjuntamente con ella para sacar lo mejor de ella, como en el caso de la Flor de Sal d’Es Trenc: un producto local, único, catalogado como una de las mejores sales marinas del mundo.