Pleguezuelo y Campabadal, en Anduva, tras confirmarse el descenso a Segunda División B. | Enrique Truchuelo

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El de este sábado no es un partido cualquiera. Treinta y seis años después, el Mallorca se dispone a guardar en el baúl de su historia la mejor época de su centenaria existencia. Más de 13.000 días regados con vino y rosas que comienzan a formar parte de la memoria del mallorquinismo. De la nostalgia de toda una generación que tendrá que asimilar el golpe del descenso a Segunda División B y vivir en primera persona aquellas historias que sus progenitores le contaron sobre aquel Mallorqueta de Segunda B. Ahora, no es ninguna fábula. Ni una quimera. Ni un cuento. La presencia del equipo balear en la categoría de bronce, junto al Atlético Saguntino o el propio Formentera entre otros, es un hecho que se plasmará sobre el césped a finales del verano, en el arranque del curso 2017-18. Pero antes queda un trámite. Un partido sin consecuencias crematísticas ante el Getafe que tendrá todo su foco de atención en la respuesta de la grada al desastre de los gestores (este sábado a las 20.30 horas).

Con la Administración Sarver a los mandos -Maheta Molango al frente- y un grupo de jugadores que no ha estado a la altura ni del club ni de la categoría, la Segunda B es el castigo a la indolencia y la pésima planificación de Molango y su equipo.

El partido es lo de menos. Los jugadores han demostrado su pobre nivel en los últimos nueve meses y la hinchada no espera nada de ellos. Incapaces de ganar el pasado domingo al colista en Anduva para mantener la esperanza del milagro hasta hoy, el público expresará su opinión contra una plantilla que afronta la última curva del campeonato en Segunda División B. La hinchada parecía adormilada tras confirmarse la debacle en Anduva, pero la comparecencia de Molango el pasado martes y su ya famoso «la próxima temporada saldremos a competir», ha enervado a una afición que descargará toda su bronca hacia el palco y sus inquilinos.