Tiró el Mallorca de todo su arsenal, de su mejor versión y ni
aún así le llegó para masticar un resultado positivo. Ganar al
actual Villarreal en casa parece una empresa excesiva para este
Mallorca, que dominó en el marcador durante una hora y acarició el
empate hasta el minuto 83. Entonces, Forlan clavó un puñal en el
corazón del mallorquinismo. El resultado reflejó un castigo tan
duro como incontestable. Es la diferencia de clases, la distancia
que hoy por hoy separa a un equipo que lucha por entrar a Europa a
otro asomado al balcón del infierno, a 7 puntos de la salvación
(1-2). El Mallorca propuso un juego aseado desde el arranque. Se
comportó con sorprendente desenvoltura, bajo los riesgos de un
equipo interesante en un primer tiempo de optimismo. La atosigante
presión de De los Santos sobre Riquelme estableció un cortocircuito
considerable en la creación del Villarreal, agravado por la
dificultad de José Mari para progresar por su banda. El descomunal
despliegue físico del uruguayo fue fundamental para que el Mallorca
encontrara la paz primero y el gol después.
Con Roman desaparecido en combate, el Villarreal acusó graves
problemas de elaboración. Dejó las cosas en los pies de Marcos
Senna, a quien sujetaba Farinós, y eso hizo respirar al grupo de
Cúper. El primer síntoma optimista de la tarde llegó de inmediato.
El Mallorca se asomó en terreno enemigo con descaro. Campano
provocó varios incendios en la orilla de Arruabarrena y Arango
hacía lo propio con Javi Venta. En el centro, la movilidad de Romeo
y Luis García alteró la habitual calma con la que vive la defensa
amarilla ante su hinchada. Un cabezazo de Iuliano y un empalme de
Farinós a los cinco minutos abrieron la puerta a la esperanza. El
Villarreal se enredó en la incomprensión en unos minutos de apagón
y el Mallorca miró a los ojos del gol. Fue en una jugada que inició
Ramis con un centro a Arango, el venezolano templó para Luis
García, ya dentro del área, el asturiano le dio veneno a su centro
y Javi Venta metió la pierna ante la amenazante presencia de Berni
Romeo a sus espaldas (min. 15).
El Mallorca se encontró con ese autogol, lo que facilitó
enormemente el desarrollo del guión que repartió Héctor Cúper en el
vestuario. Jugando a ráfagas, defendiendo bien y desdoblando con
velocidad, mantuvo al Villarreal alejado de la disputa de los
puntos. El equipo amarillo acusó el gol, jugó con el ralentí
acelerado y hasta el descanso se acercó más a la reprobación de sus
aficionados que al elogio. Mientras Cúper taponaba la inoportuna
lesión de Iuliano a la media hora con la entrada de Cortés, sus
compañeros de ataque pisaban terreno enemigo con el fusil cargado,
aunque sin puntería. El Villarreal amenazó con clausurar su siesta
y amagó una pequeña reacción, sobre todo en una falta de Riquelme
que obligó a Moyà a un arriesgado despeje.
El inicio del segundo tiempo se escribió con la misma pluma. El
Villarreal perseguía sombras, no era capaz de recuperar el balón y
se sentía intimidado. El choque se transformó en un ida y vuelta.
El Villarreal se tiró a la yugular y descuidó su zaga, pero el
Mallorca, en especial Campano, arrojó a la basura cuatro o cinco
contragolpes consecutivos que desquiciaron a Cúper. Después, los
atinados cambios de Pellegrini endulzaron la noche para el
Villarreal y condenaron al grupo de Cúper, ya encogido y
escasamente convencido de unas posibilidades que habían sido
tangibles apenas media hora antes. Los goles de Figueroa, que
dribló a Ramis con el control y cruzó con la zurda, y de Forlán,
que remató a bocajarro un centro de Cazorla, condenaron a un
Mallorca que se había desgastado estérilmente y que divisa la
permanencia cada vez más lejos.
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