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Puede resultar paradójico, pero el rey de la tierra batida es cada día menos especialista sobre arcilla. El bicampeón de Roland Garros, el recordman de victorias consecutivas sobre polvo de ladrillo, está cambiando a pasos agigantados su juego para ser igual de competitivo en todas las superficies. Que Rafael Nadal disputara este año la final de Wimbledon no es una coincidencia; responde a la metaformosis que está experimentando su tenis.

El mallorquín ya tiene poco que ver con el jugador que en junio de 2005 levantó su primera Copa de los Mosqueteros tras doblegar a Mariano Puerta. Más ambicioso y ofensivo, su juego empieza a llevarse mejor con la pista rápida. Tanto que es muy probable que el próximo Grand Slam que gane (en las fotografías posa con los dos trofeos de Roland Garros) no sea el francés. Quizás el Open de Australia.

Todo en la carrera de Rafael Nadal funciona muy deprisa. Apenas acababa de ganar su primer Roland Garros y su tío y entrenador, Toni Nadal, ya advertía que su pupilo necesitaba mejorar, es decir, cambiar su estilo de juego. Fue dicho y hecho. Un año después parece un jugador diferente. Mantiene su esfuerzo y su entrega en la pista, pero ha modificado sus sistemas. La consigna es diametralmente opuesta: atacar mucho y defender lo menos posible.