Los jugadores del Mallorca festejan el gol de Varela en presencia de Manzano. Foto: CARLOS LAGO

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Se acabó. El Mallorca puede dormir tranquilo. El equipo insular ya cuenta con el respaldo absoluto de las matemáticas y se ha desmarcado definitivamente de la lucha por la supervivencia a falta de ¡seis jornadas! Lo hizo mostrando rasgos de equipo grande, ambicioso, hambriento; humillando a uno de sus compañeros de viaje más cualificados. El cuadro de Manzano atropelló a un Celta con pinta de cadáver y se recreó gracias a una de las actuaciones más agradecidas del último trienio. No sólo cumplió con el triple reto que le había exigido su entrenador, sino que dioun salto de calidad en sus aspiraciones y enterró la vulgaridad (0-3).

El técnico jienense había advertido el pasado viernes que no era lo mismo afrontar el partido con el agua hasta el cuello que hacerlo con la permanencia en el zurrón, y su teoría cobró forma en cuanto el balón se puso a rodar. Su equipo, totalmente liberado ya de la presión que imprime la tabla y de las cadenas que le impedían expresarse con libertad, irrumpió sobre el terreno de juego con la mente más limpia que nunca y sobre todo, con muchas ganas de divertirse. Y lo consiguió muy rápido, quizás antes de lo previsto.

Aprovechando el bloqueo del Celta y su limitadísima capacidad de reacción, el Mallorca reclamó la posesión del cuero desde el primero minuto y se puso a cocinar una de sus funciones más plásticas y solventes de los últimos tiempos. Sacó del cajón el tiralíneas, mimó la bola -como casi nunca había hecho hasta ahora- y demostró un buen gusto sorprendente a la hora de ir a por el triunfo. Tanto, que en menos de veinticinco minutos dominaba el marcador con holgura y tenía de su parte a un auditorio entregado, que amortiguaba la crispación con el fútbol de alta escuela de los baleares.