El almendro en flor es la mejor postal que se llevan los turistas. Algunos incluso viajan a propósito en esta época. | Lydia E. Larrey

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Pintores y poetas han dejado plasmada la belleza de ese gran tapiz que entre enero y febrero cubre los campos de tonalidades que van del blanco de la nieve al pálido rosa, y que se convierte en la mejor postal para los miles de turistas que nos visitan. Es la flor del almendro, la flor de Mallorca.

Aunque en la actualidad nadie concibe el campo mallorquín sin la presencia de almendros, lo cierto es que el origen del almendro o prunus está en Asia y no es hasta el siglo XV que hay constancia de la existencia de pequeños cultivos en Mallorca. La plantación masiva de almendros se produce en el siglo XVIII y en especial en el XIX, cuando la filoxera obligó a sustituir las vides por almendros, favoreciendo una exportación muy próspera hasta la segunda guerra mundial. De hecho, el archiduque Luis Salvador cuantificó en 1861 la existencia de 700.000 almendros y 53 variedades.

La década horribilis para los almendros mallorquines llegó entre los 60 y 70 con el auge del turismo, mientras en la Península se emprendía una reconversión de su cultivo, aquí se dejaban abandonados.

Su fruto es básico en la gastronomía mallorquina, siendo el protagonista de muchos platos, tanto dulces como salados, en sus orígenes reservados a los ricos o más pudientes, como la Llet d'ametlla, gató , turrón, helado, salsas...

La bucólica y bella imagen de los campos de almendros en flor que hacen viajar expresamente a Mallorca a muchos turistas para contemplarlos corre peligro. La crisis de rentabilidad ha hecho que los expertos alerten sobre su desaparición, motivo más que suficiente para obligar a nuestros políticos a tomar cartas en el asunto y adoptar medidas antes de que sea tarde, aunque sólo sea por la belleza de la flor del almendro, la flor de Mallorca.