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No cantaron Tot ja és mort (s'ha embrutit el cel i plora goteres) cuando el público solicitó la canción porque no la habían preparado pero también porque nos hubiese desviado a todos del sentido de la fiesta. Ni siquiera hubo espacio para la nostalgia, a no ser como recurso retórico en boca de Vicente Clavijo. Al contrario, celebración del presente como formato distendido para un homenaje, en la noche-madrugada del sábado en el Casino, que es constatación: 60 años triunfando sobre todo tipo de escenarios, a ver quién pone en duda esta marca. Tan contundente, que los Valldemossa han tenido que hacerse pasar por los Javaloyas en más de una ocasión para no defraudar a sus fans, Tomeu dixit.

El concierto fue un viaje organizado a lo largo de un repertorio que sintetiza gran parte de la memoria histórica de una Mallorca turística anterior a la escalada de la corrupción. Sol, playa, jardines y amor. Paisaje idílico y gozoso que los Javaloyas han sabido envolver en un bello juego de voces y en un criterio musical de lo más versátil y sincrético, mucho antes de que la fusión se pusiese de moda. Local abarrotado (¿no hubiese sido mejor la sala grande para acoger a tanto público llegado en peregrinación?) que soportó con gusto una primera parte excesiva e irregular: hasta catorce teloneros, algunos en declive y otros en ascenso, pero casi todos con soporte en play-back. Con excepciones obligadas: Los 5 del Este, Llorenç Santamaria (en plena forma) y Els Valldemossa, estos dos últimos con sendos pianistas de lujo, Pericàs y Miquel Brunet. Antes había desfilado una larga galería de figurantes entre los que cabe destacar la profesionalidad de Mar(ga) Pocoví y el buen hacer de Nino Azorín, sin que faltasen algunas notas exóticas, de las habaneras de la Catalunya Nord al mix rap de Tanga Team. Todo ello bajo la batuta del dúo Sureda - Clavijo, en riguroso bilingüe, encargados de calentar el ambiente y disimular los fallos técnicos de sonido que, afortunadamente, no aparecieron en la segunda parte. Repaso exhaustivo y gratificante entre anécdotas y homenajes a unas canciones que bailamos con la mente y canturreamos con el corazón porque ya son himnos: El vuelo 502, Margarita, Un hombre llorará, Como rosas. Una veintena de obras que son, ahora mismo, inmortales. ¿Después? Ya lo dijo Serafí: «Hoy los jóvenes apenas nos reconocen». No nos importa: tras casi cuatro horas, queríamos más. Como quienes por el mal tiempo, artistas y público, no pudieron acudir.