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Tras un dilatado periplo artístico que la enroló en diferentes aventuras, siempre amamantadas por la conjugación del jazz con otras variaciones musicales, Esther Bosch echa a rodar en solitario con Myself (2010).
Los diez temas, en los que conviven intensos momentos de pura orfebrería jazzística, están alicatados por una aplicada artesana del género. Un conjunto amable y exquisito, atemporal y de excelente factura, cuyos mimbres vocales oscilan entre Stacey Kent, Cassandra Wilson y Rebeka Bakken.
El álbum invoca una hermosa sencillez expositiva que, aunada al pulso improvisador de la intérprete mallorquina, acaba por realzar el tono del conjunto. Jazz de salón que se resiste a quedar atenazado por los rigores de la etiqueta.
En la inocencia de su sonido, se pueden rastrear rasgos, más o menos reconocibles, del romanticismo pianístico que acompañó a las grandes divas del género, gente como «Ella Fitzgerald o Billie Holiday me abrieron las puertas a un mundo de colores», aquellas historias heridas de amor y ausencia propiciaron su filiación incondicional al jazz, pese a reconocer que «avancé por el blues hasta acabar descubriendo el jazz».
Myself, reconoce, es «una dulce respuesta a tres años amargos» en los que la artista ha coleccionado sinsabores que, «desde una perspectiva muy positiva», han enriquecido su música.